Oscar Ruiz Navia habla sobre «Los Hongos», reconocida en Locarno

El director Oscar Ruiz Navia sigue describiendo en sus películas los diferentes ingredientes que se suman para conformar la rica y diversa sociedad que es Colombia y aquéllos otros que suelen ser un marcado punto de discordia, controversia, preocupación o impedimento entre sus habitantes. Rodada en Cali y galardonada en Locarno con el Premio Especial del Jurado de Cineastas del Presente, «Los Hongos» es una película que de ninguna manera va a dejar indiferente al espectador atento al desarrollo de las vidas de sus personajes, a caballo entre la lucha diaria y la amistad.
El punto de arranque del film es Roberto, un joven grafitero que se gana la vida como trabajador de la construcción y que es despedido de su trabajo cuando descubren que ha robado varios botes de pintura. Expulsado y en problemas con sus vecinos a causa de un amplio mural de pintura que él está formando en un solar abandonado, decide desplazarse a través de la ciudad en busca de Eduardo, otro joven grafitero que, al mismo tiempo, está afrontando la difícil desintegración de su familia y la enfermedad de su abuela.
En una mezcla de lo real, el pasado, los sueños y la ficción, «Los Hongos» retrata la amistad de dos adolescentes que están en caída libre, con sus sueños incumplidos en una ciudad tropical. Ruiz Navia responde a las preguntas de Cinestel:
– Cambiaste el ambiente rural por el urbano, pero sin embargo mantienes algunas características que son comunes a lo que se contaba en «El vuelco del cangrejo». ¿Era esa tu intención?
Sí, así es. Gracias por notarlo, porque algunas otras personas me han dicho que hice como un cambio trascendental en mi cine. Lo que yo podría comentar al respecto es que cada película tiene su forma de ser dependiendo del universo que uno esté explorando. Aquella primera película fue rodada en un pueblo lejano de pescadores que tiene unas normas en el tiempo que nos llevaban a una propuesta un poco más pausada, contemplativa. Esta película, «Los Hongos», es una historia que sucede en la ciudad de Cali y explora un universo que es mucho más frenético y hay más colorido porque es un filme que tiene muchos más personajes que en «El vuelco del cangrejo». Entonces esto me llevó a asumir la parte estética de pronto con algunas diferencias, sobre todo a nivel del manejo de la cámara y del montaje de algunas situaciones.
Sin embargo, como bien lo decías, lo que se mantiene un poco en ambas películas es el trabajo de inmersión que hago en los universos y con los actores, porque el método que yo utilizo está basado en la investigación de las propias vidas de los intérpretes que escojo, y en este caso ese factor nos llevó igual mucho tiempo buscando a los personajes y permitiendo que estas personas que habíamos encontrado permearan el guión de la película e hiciéramos un trabajo en el set muy similar, donde había un guión base pero se dejó mucho lugar a la espontaneidad y a la improvisación. Casi que los actores se vuelven parte del equipo de guión, son poco más o menos que guionistas de la película al proponer frases enteras, temas enteros, y esto es algo que a mí me gusta mucho hacer porque permite que las películas de alguna manera se complejicen y también encuentren situaciones y puntos de vista únicos, puesto que realmente la naturaleza de esas personas que están ahí en frente de la cámara es algo que yo no puedo a veces controlar, sino que ellos aportan todo lo que tienen de una manera muy natural.
También hay ciertas temáticas que se mantienen, como puede ser el tema del pueblo afrodescendiente en mi país que es una cultura que siempre me ha interesado, donde está el tema de nuestros ancestros africanos, la música y cómo estas personas en Colombia han tenido que salir adelante y han tenido que luchar contra muchos obstáculos. En «Los Hongos» quería, a pesar de todas esas dificultades y esos problemas que hay alrededor de todos estos personajes, mostrar cómo ellos a pesar de todo eso, no se rinden y siguen adelante dando un poco de vida y de esperanza al espectador.
– ¿Cómo definirías a los grafiteros que presentas en el filme? ¿Son personas que quieren dar a conocer su obra?

Oscar Ruiz Navia
Ellos son un grupo de grafiteros que escogí con base en un trabajo de investigación que hice por varios meses en los que me fui involucrando en la escena de grafitti de Cali, que no es tan grande como uno pensaría. De todas maneras, es una ciudad intermedia del sur de Colombia y en Bogotá, por ejemplo, hay muchísimos más grafiteros. Entonces después de ese trabajo de campo, decidí que las personas que quedaron en la película eran las más indicadas para participar y precisamente ellos decidieron entrar y hacer esta colaboración, pues sabían de la importancia de dejar plasmada ahí una huella en la película y que eso iba de alguna manera a inmortalizar, por decir algo, su propuesta.
Ellos son evidentemente personas que se dedican a eso y los personajes que interpretaron en la película son ellos mismos. Yo les di algunas indicaciones sobre lo que tenían que hacer o decir, pero en la mayoría de cosas antes fue al contrario, porque ellos me iban guiando en el sentido de hacerme ver que algunos tipos de situaciones no funcionan en el mundo del grafitti, o lo que sí es acorde. Por ejemplo, hay una discusión que tienen sobre si unos trabajan con muchas letras y otros con muchos dibujitos, que está en la película porque es una polémica que surgió en los momentos previos al rodaje y como me pareció que era un conflicto muy propio de ese mundo, decidí incluirlo.
La obra que realizaron para la película fue una propuesta de ellos, porque querían representar lo que llaman la revolución submarina. Fue algo sobre lo que trabajamos en varios muros antes de la filmación para poder ir agarrando el tono, y a mí me parecía interesante que la propuesta visual de la obra que iba a quedar en la película, surgiera de ellos mismos.
– Al igual que hiciste en tu primer largometraje, en éste has empleado imágenes de receptores de televisión en funcionamiento con algunas noticias del momento. En «Los Hongos» se ve al presidente Uribe diciendo en un discurso que «Colombia es pasión». A mí lo que me pareció es que todo ese mundo televisivo que muestras es como que está en otro universo diferente que no conecta con lo que estás mostrando en la película. Desconozco si tu intención fue esa.
Sí, pues la escena del presidente Uribe es un poco una especie de sátira. Ya afortunadamente este señor no está en el poder, pero durante un tiempo sí lo estuvo y siempre iba tirando ese discurso de derecha que a veces es un poquito peligroso porque viene a decir que todos somos buenos, algunos malos, este país es maravilloso, aquí no hay problemas,… como «Colombia es pasión», que era un eslogan de ese gobierno para tapar los problemas, meterlos debajo de la alfombra y decir que el país es una maravilla cuando, aunque sí lo es, tiene muchas complejidades, corrupción y desigualdades.
Esa escena en particular surge a partir de una sensación que tuve durante los ocho años de gobierno de este presidente, donde él controlaba todos los medios de comunicación, todos los canales, y llegábamos a la exageración de que aun cambiando de canal, él estaba presente ahí todo el tiempo, y es un tipo de presencia que ya no queremos que exista más.
Evidentemente, en «El vuelco…» y en «Los Hongos» incluyo estos contextos que se transmiten a través de los medios de comunicación como una cuestión muy personal, donde siempre he querido tener en cuenta el conflicto que hay en mi país y de alguna manera sugerir que hay cosas que no están funcionando bien en Colombia, aunque haya personas que estén tratando de crear una nueva mirada, un nuevo camino y en esta película encaja bien porque precisamente los Hongos son esos seres vivos que surgen en algunos contextos de podredumbre y que se resisten a morir, a desaparecer en el medio de ese contexto tan problemático.
Para mí, al hablar de política en una película no le veo el mayor problema. Hay muchos artistas que critican a los otros artistas que hablan de política, pero yo pienso que toda la película es muy política. No importa que hable propiamente de temas de presidentes o de alcaldes sino que de alguna manera cada película transmite unas ideas a la sociedad. Entonces creo que es importante ser consciente de ese poder que tiene el cine y tratar de generar en el espectador preguntas y reflexiones más que respuestas, que les permitan pensar en una sociedad diferente. Para mí es muy importante ese tema de lo político en Colombia.
– Tal vez hay algunos conflictos que puedan permanecer silentes para el espectador, pero que ahí están en esta historia, en los personajes, y que son por ejemplo la represión que sufren los grafiteros y la proliferación de nuevas iglesias. Me pareció que es un contraste que hay en la película.
Yo en «Los Hongos» quería evidenciar diferentes universos que existen en paralelo, como pueden ser el de los jóvenes, el del padre, el de la abuela o la madre. No pretendía entrar a juzgarlos sino simplemente dejarlos allí en el ambiente, porque tampoco me interesa entrar a juzgar estas iglesias. Simplemente quiero constatar que hay un fenómeno social muy grande en Cali, en Colombia, y creo que en otras partes de Latinoamérica con el tema de la religión. Yo personalmente no soy miembro de ninguna iglesia pero en este barrio donde filmé la película pues uno ve muchas personas que han entrado a formar parte de ese tipo de confesiones y que están allí empezando a dejar su alma, su dinero y su esfuerzo en esos lugares.
Es entendible un poco la situación, porque muchas de estas personas que viven en estos barrios son gente que han vivido la violencia en Colombia, que son desplazadas del campo y han sufrido y han visto cosas horribles, y cuando llegan a la ciudad encuentran allí esa posibilidad de resarcir su alma. Entonces, yo entraría a juzgar ese tipo de instituciones como las iglesias de una manera muy respetuosa porque creo que obedecen también a un contexto social y a una crisis moral y social que vive Colombia, donde de todas maneras, como la película lo constata, siempre hay esperanza y siempre hay formas de seguir adelante, aunque en el pasado hayan existido actos violentos y actos reprochables.
– Cuando un grafitero dice «Yo quiero pintar a mi madre», ¿se está refiriendo quizá a valores que se quieren subrayar a consecuencia de ciertas rupturas que hay en el ámbito de la gente que se ha tenido que desplazar dentro del país?
Ahí sí que es muy simbólico porque creo que, por ejemplo, parte del final de la película que es llegar a un árbol es como un símbolo del origen, y lo mismo la madre. Yo pienso que la rebeldía en el caso de esta película no obedece a ir en contra de los propios seres de uno, sino más bien que la abuelita de uno sea como un soldado del ejército de uno. Es una posición bastante punkera poner al papá, a la abuela o a la madre al frente del ejército. Eso es una cosa muy personal. Yo soy una persona muy familiar. Me gusta mucho mi familia. De hecho trabajo con mi madre en la productora y forma parte del equipo de producción de la película. Lo mismo con mi papá que actúa en la película, mi abuela,… osea, que siempre he considerado que la familia no es esa institución conservadora a la cual hay que huirle, sino que hay que cambiar ese concepto de familia creando nuevos paradigmas de lo que puede ser y creo que en definitiva, hay algún homenaje a la madre como figura esencial en cualquier ser humano y al final de todo siempre están esas raíces. Siempre todos llegamos a ese origen y desde allí es que podemos desarrollar nuestros sueños y nuestros deseos.
– ¿Las imágenes en las que se ve circulando la bicicleta en conjunto con la tabla de patinaje son muy comunes en el paisaje urbano de Colombia?
Sí, claro. Hay gente que monta tabla y otros montan bicicleta. Obviamente hay quienes son más expertos en el tema y pueden arriesgarse un poco a hacer este tipo de piruetas-maniobras. No te diría que es una cosa que se ve cada cinco minutos pero sí se ve, y esa escena especial donde están ellos juntos es en un túnel en el que está prohibido montar bicicleta. Eso era como un acto de rebeldía de los muchachos, que se meten a un lugar donde no se pueden meter y por eso hacen un boicot y el tráfico se enloquece un poco porque ellos van por ahí montando. Era una escena de cierta epifanía, como para crear una emoción de que en ese momento los chicos están apoderándose de la ciudad.
A mí me parece que el arte del grafitti lo que tiene interesante es que es una manera de apropiación de la ciudad que es diferente. Lo mismo que todo ese tipo de deporte extremo, los que hacen skate, parkour o que montan bicicleta, son individuos que asumen la ciudad y que se apropian de ella recorriéndola a través de lo que hacen. Es una manera de ver que en un lugar donde hay tanta violencia y tantos problemas, no podemos encerrarnos y tener miedo, sino que tenemos que salir y apropiarnos de nuestro espacio.
– En lo que se refiere al tratamiento de las imágenes se nota una diferencia notable en lo que es la técnica empleada. En «El vuelco del cangrejo» usasteis la cámara en mano y planos con trípode y observando bien percibí que habéis contado con mayores recursos en esta segunda película respecto a la primera, tanto en los travelling como en otras escenas, con la participación de la directora de fotografía Sofía Oggioni. ¿Fue así?
Sí claro, esta es una película que se realizó con muchos más recursos que en «El vuelco del cangrejo». Aquel fue un filme hecho de una manera muy austera. Teníamos una cámara 16mm con muy poquito material virgen, entonces tuvimos que controlar mucho cada imagen y esto llevó a una cierta estética más pausada. Realmente la mayoría de «El vuelco…» se hizo en trípode, salvo algunos pasajes, y evidentemente teníamos un equipo muy limitado de luces, que casi no habían, sin accesorios de cámara, sólo el trípode.
Sofía también fue la fotógrafa de «El vuelco del cangrejo». Es una persona con quien yo he venido trabajando hace más de doce años porque hicimos la universidad juntos y más tarde cortometrajes, por lo que ha sido todo un proceso de crecimiento paralelo. Obviamente, ella entre las dos películas realizó otros proyectos, otras películas, y entonces al entrar a «Los Hongos» llega cargada de nuevas experiencias y más conocimiento.
En esta película hemos trabajado por primera vez con steadycam y esto efectivamente nos permitía hacer cierto tipo de imágenes, sobre todo travellings, y ciertos planos que son en movimiento que con esa técnica se ven mucho más elegantes y no quedarían tan checkin si hubiesen sido solo cámara en mano. Yo no sé si es una evolución, pero yo diría simplemente que es un cambio, también debido a que es una producción que es mucho más móvil que «El vuelco…», que era una película que sucedía en un solo espacio donde el protagonista estaba estancado, mientras que «Los Hongos» trata sobre unos jóvenes que están en movimiento. Para mí era muy importante transmitir esta circunstancia desde la puesta de cámara y Sofía evidentemente es una persona a quien yo agradezco muchísimo por todo lo que aportó a la película, como siempre lo hace en los proyectos que desplegamos. Lo mismo la directora de arte que es Daniela Schneider, de México, y que habitualmente trabaja con Amat Escalante. Ella vino desde su país a trabajar conmigo y su trabajo ayudó mucho a la parte de fotografía.
– Por último, me quería referir a la autenticidad que muestran los personajes de tus películas y que también lo vimos en un corto como «El solecito», aspecto que yo destacaría que es como un valor añadido, porque no incorporas gente que se tiene que hacer cargo de ese tipo de personaje, sino que le aportan a estas películas un valor que es indispensable.
Gracias. Ese es el reto que he tenido en estas tres películas que llevo rodadas como director. Mi apuesta ha sido la de crear un universo de ficción a partir de personas que existen, que actúan de sí mismas, que al final construyen unos personajes pero que son personas que están muy próximas a lo que son ellos mismos. Evidentemente hay ciertas cosas que no son así en la vida real, como que Calvin no es el nieto de esa señora, pero por ejemplo él en la vida real tiene una abuela también y es por eso que la distancia entre el personaje y la persona es muy pequeña. En ese sentido casi que todo se vuelve como un documental de esas personas en medio de una estructura de ficción. Este es todo el cuento que me llena de mucha fascinación. Es muy difícil trabajar en este tipo de propuesta porque no hay mucho control a veces de las cosas y entonces en el set, por ejemplo, hay que trabajar mucho más tiempo de lo normal. Cuando tienes un actor que se aprende una línea y repite, de pronto hay como más velocidad, pero hay que tratar de capturar momentos de realidad y para eso se necesita que haya un set cómplice, una cantidad de profesionales que estén ahí detrás de la cámara en función de esas personas que están frente a ella. Ahí hay una dificultad, pero justo es lo que me ha interesado desarrollar en estos proyectos y quiero seguir haciéndolo. Es algo que me motiva mucho y me gusta.
©José Luis García/Cinestel.com