«Memorias cruzadas» de Lucía Murat; nostalgia y reconocimiento de errores

Lucía Murat padeció en primera persona los desmanes cometidos por la dictadura militar brasileña y en su nueva película, estrenada en junio en Brasil y con un premio conseguido en el Festival de Moscú, el de Fipresci, intenta mezclar diálogos e imágenes del pasado y el presente para reflexionar sobre lo que se hizo en aquellos momentos, el silencio posterior y la impunidad ante las mujeres que, como ella, fueron torturadas, y la visión actual de aquellos militantes que abogaban por consumar una revolución.
En «A memória que me contam» («Memorias cruzadas»), la cineasta retorna al mismo asunto que ya trató en «Qué bom te ver viva» (1989) («Qué bueno verte viva») en la que narraba las motivaciones que hicieron que algunas mujeres tomaran las armas contra el régimen militar. En este caso, un grupo de amigos que resistieron a la dictadura y sus hijos van a padecer un conflicto entre lo cotidiano y el pasado en este drama irónico contemporáneo sobre utopías derrotadas, terrorismo, comportamiento sexual y construcción de un mito.
En la película, el tiempo está difuminado y entremezclado, los flashbacks son constantes y la reunión de viejos activistas está originada por la convalecencia de una ex-guerrillera que parece estar debatiéndose en sus últimos días de vida en coma profundo en la cama de un hospital. La directora dedicó la película a la activista Vera Silvia Magalhães, fallecida en 2007, y por eso la enferma convaleciente nunca se ve en pantalla en su estado actual sino que siempre aparece en el film tal y como era en los años ’70 cuando sucedió el secuestro de un embajador estadounidense, encarnada por la actriz Simone Spoladore.
Su mejor amiga es Irene, interpretada por la misma protagonista del film del ’89, Irene Ravache, una cineasta que está rodando una película sobre la década de 1960, con la convulsión originada en la revuelta estudiantil del ’68. Irremediablemente aparecen en el filme las comparaciones entre aquellas épocas y la actual, donde la más precisa es la más distanciada, la de una amiga que emigró a Francia quien no duda en asegurar que con su cómoda vida actual están alimentando a un monstruo.
Y sin embargo, Murat despliega de manera desigual su investigación sobre la generación actual de jóvenes brasileños, muy bien definida en el caso del hijo de Irene en la estrecha relación que mantiene con su pareja homosexual, pero más sutil y breve en otros asuntos que bien podrían haber ayudado eficazmente a distinguir lo que para el espectador pueden ser los pros y contras de cada una de ambas generaciones, aunque también se percibe que el tema central de la película, con la protagonista principal inconsciente, ayuda poco a una explicación más completa sobre el concepto de individualismo en los jóvenes y la ausencia de un compromiso político en la mayoría de ellos.
Uno de los personajes que sí que ayuda a establecer un contacto entre el pasado y el presente es el que interpreta el actor italiano Franco Nero. Paolo sigue exiliado en Brasil pero en Italia está acusado de terrorismo y ese factor le podría acarrear algún problema. De todos modos, hay otro miembro del antiguo grupo de resistencia que quizá pueda simbolizar mejor esa trayectoria de cambios habidos en estas décadas. Se trata de quien ejerce en el film el papel de ministro de justicia, el actor Zécarlos Machado, el único de la antigua agrupación guerrillera que ha llegado al poder.
De los miembros del grupo también surge en algunos momentos del film un aura de autocríticas, particularmente cuando alguien reconoce que entre gestos concretos y accidentes, todos mataron. La película es una coproducción con Argentina y Chile y podremos ver en una sola secuencia a un equipo de televisión argentino interesándose por los procesos de justicia contra ex-torturadores a consecuencia de la revelación de unos documentos ocultos. Lo que dice el ministro es tergiversado posteriormente por los noticieros locales. Igualmente se van intercalando en el filme imágenes de archivo de aquellas décadas, en blanco y negro.
Lucía Murat dijo en el estreno en Brasil que en «A memória que me contam» quiso ofrecer una visión menos caricaturizada de los hijos de quienes sufrieron la represión que, según dijo, «están considerados como locos drogados o engullidos por el mercado financiero». El hijo de Irene, por ejemplo, es artista plástico. El guión fue escrito junto a la escritora Tatiana Salem Levy y pretende reflejar las ansiedades y conflictos de una generación que sobrevivió a la tortura durante el régimen militar de Brasil.
©José Luis García/Cinestel.com