Locarno: «El Mudo» de Daniel y Diego Vega; la metáfora cuenta

Los hermanos Vega vieron seleccionada su última película en la competencia oficial del Festival de Locarno. «El Mudo» es una historia de ficción encuadrada en los privilegios que algunos poseen para alcanzar puestos en la administración de justicia del Perú pero que al mismo tiempo examina silenciosamente y con mucho cuidado toda una carga de hipocresía y cinismo que acompaña a los personajes, siendo una muy buena salida hacia adelante de ambos cineastas peruanos.
Dentro de todo el aparato funcionarial de la administración peruana, la meritocracia brilla por su ausencia y es la designación a dedo la práctica más común, pero como antagonismo a esa extendida costumbre que el fim refleja, el personaje principal de «El Mudo», el juez Constantino Zegarra, es un profesional que vive entregado a su trabajo pretendiendo llevarlo a cabo de la mejor manera posible, rechazando cualquier pequeño atisbo de corrupción o práctica al margen de lo que estrictamente proponen los textos legales, siendo un teórico que intenta combatir a su manera aquel dicho de «hecha la ley, hecha la trampa».
Cultivando la pureza como combustible para el alma y habiendo llegado a la edad de 40 años, este soldado solitario es un hombre casado y padre de una adolescente que nunca deja de leer y piensa que su padre está equivocado, pero a él no le importa lo que su esposa e hija piensan. Los hermanos Vega subrayan ese rígido concepto de pulcritud moral que tiene su personaje principal con varias escenas a lo largo de la película rodadas en un mismo sitio de la casa, en donde se encuentra con su esposa y vemos que lo que para la mayoría sería un encuentro íntimo de disfrute mutuo, ellos lo convierten en una simple y banal conversación para tratar algún tema intrascendente.
Constantino ha llevado sus principios hasta el extremo porque quiere demostrarse a sí mismo que él no es igual que su padre, un hombre que terminó sus días en la pobreza a causa de la corrupción pero que tuvo y sigue gozando de buenos contactos, los que le permitieron colocar a su hijo en el puesto que ocupa.
El juez sale una mañana en dirección a su trabajo y mientras maneja el automóvil, una bala perdida le atraviesa la garganta, dejándole temporalmente mudo. A partir de ese momento, su expresión se hace silencio y según se va recuperando crecen en su interior las ideas de que alguien está tratando de matarlo, quizá algún rival de su puesto judicial o quizá alguno de los delincuentes recientemente condenados por él o alguno de sus numerosos familiares.
A partir de ahí, Zegarra inicia una búsqueda de hipotéticas pruebas en contacto con un oficial de policía corrupto y dejado en sus obligaciones y los Vega nos comienzan a mostrar la ciudad de Lima como un personaje más de la película, con su constante caos circulatorio, sus restaurantes de pollo asado que ya se han convertido en todo un emblema de la capital peruana, esas cantinas más modestas a las que llaman ‘Caldo de gallina’ y hasta una escena del juez que no puede hablar viendo en el estadio un partido de fútbol entre las selecciones del Perú y la Argentina, tratando de reflejar ahí el concepto egocéntrico que hoy tiene la sociedad peruana.
En «El Mudo», la dupla de realizadores se mantiene en el territorio del cine de autor poniendo énfasis no tanto en los temas políticos sino más bien en los sociales, en la forma de vincularse que tienen los peruanos partiendo de la conjunción de una serie de hechos aislados reales ocurridos en el terreno de la justicia que han sido llevados a una completa ficción. El film, que también trata sobre el uso desmesurado del cinismo y la mentira, termina con una llamativa escena surrealista de un baile en la que es muy elocuente con quienes terminan bailando los Zegarra abuelo y padre en el medio de todo ese grupo de hipócritas y corruptos. La película, cuya historia visible es sólo una metáfora de lo que realmente está contando, sumó aportes de empresas e instituciones de México, Francia y Suiza, además del Perú.
©José Luis García/Cinestel.com