«Nebraska» de Alexander Payne; ilusión, emoción y devolución

Alexander Payne es el director de títulos tan conocidos como «Los descendientes», «Entre copas» o «A propósito de Schmidt» en los que, con un buen sentido del humor, satirizaba la actual sociedad estadounidense, y ahora no es menos en esta nueva producción que cuenta con una extraordinaria interpretación del actor Bruce Dern en el papel de un anciano e inocente padre con primeros síntomas de demencia a quien la ingenuidad de creer que todo el mundo dice la verdad le ha hecho interpretar como verdadero un impreso publicitario en el que figura su nombre como ganador de un millón de dólares, empujando a su hijo a acompañarlo en un largo viaje.
Ese largo desplazamiento servirá en principio para reunir de nuevo a un padre y un hijo que durante mucho tiempo se habían mantenido distanciados debido a los efectos que el progenitor padece por el consumo de alcohol, lo que acentúa la calificación de esta historia como sutil y emocional. A lo largo de la película van a llegar hasta el pueblo donde nacieron los padres para desplazarse desde allí a la lejana localidad donde debería de cobrar el sustancioso premio.
«Nebraska» es una historia mínima en la que Payne ha tenido el buen gusto de rodar en blanco y negro para que pongamos nuestra atención como espectadores en esos pequeños gestos a menudo imperceptibles que conforman la explicación de alguien que quiere y necesita vivir una notoriedad que ahogue de una vez por todas aquellas frustraciones que la vida le ha dejado por el camino. Poco le importa que sus allegados más directos le quieran hacer ver desde un principio que eso no es más que una fantasía. La obstinación del padre y la benevolencia del hijo que a sabiendas de que esa carta recibida es un conocido timo comercial, acompaña al padre en ese periplo hacia ninguna solución satisfactoria, constituyen un excelente tratado sobre la armonía y la ayuda entre familiares así como sobre la dignidad de las personas, tanto hablando sobre quien es digno y cree que todos los demás también lo son, como aquellos que no conocen ni de lejos lo que es ser alguien decente. Las distintas etapas de la narración fluyen correctamente y con intensidad. Esa ausencia de color hace que nos decantemos por examinar los diálogos que se suceden desde una perspectiva entrañable, tierna y cómica.
Alexander Payne sigue haciendo en esta película aquello que tan bien sabe: desmontar los conceptos más generalistas que se tienen sobre una sociedad, en este caso la estadounidense, para analizar ciertos rasgos que por pequeños que puedan parecer, acaban mostrando sus contradicciones y ambigüedades.
En «Nebraska» coexisten personajes de diversa índole, algunos de ellos característicos o expresivos de una colectividad que ha ido evolucionando en las últimas décadas hacia una infantilización. El propio personaje principal que encarna Bruce Dern sería un ejemplo de ello por sus deseos de ser estimado y cuidado llegado a viejo, pero también encontramos a sus dos sobrinos que siguen siendo niños a pesar de tener unos 30 años y cuyo aspecto físico toma las formas circulares de los bordes de un sándwich de hamburguesa. También aparece en algún momento la esposa y madre, gruñona por convicción y con una clara actitud de socarronería y burla descarada en algunos momentos del film.
Esta película suma a la comedia, la tragedia y la humanidad con un personaje principal que quiere verter aquello que está en su corazón, pero ante lo que se siente desconcertado porque está bastante mayor. La dignidad que demuestra el hijo como devolución de cierta estabilidad alcanzada por él en la vida, es quizá su mayor antídoto. Mostrar a los miembros de una familia tanto en sus fallos como en su esplendor, revelando esos momentos en que la gente se comporta mal a sabiendas, es todo un logro de Payne en esta conmovedora película.
©José Luis García/Cinestel.com