«El Niño» de Daniel Monzón; acción e idealización de las ganancias rápidas

Hay diferentes formas y métodos que se suelen emplear para obtener grandes cantidades de dinero en poco tiempo, pero quienes entran en algunos de los más arriesgados, se integran en un círculo muy cerrado respecto al que es bastante complicado salir. Esto es lo que les sucede a El Niño y El Compi en la nueva propuesta de Daniel Monzón (Celda 211), dos amigos jóvenes quienes, como si se tratara de un juego, deciden entrar a probar nuevas experiencias adrenalínicas dentro del oscuro y turbio mundo del narcotráfico que se mueve en la frontera sur entre Europa y África, Algeciras, Gibraltar y Tánger.
Por otra parte, Jesús y Eva son dos policías españoles que llevan años tratando de demostrar que ese punto geográfico es estratégico para el ingreso de cocaína en Europa y tienen localizado a El Inglés, un tipo sobre el que creen que mueve esos hilos a sus anchas desde el territorio británico de Gibraltar.
«El Niño» arranca con una descripción del tipo de vida que llevan sus jóvenes protagonistas, sus relaciones de amistad y su interés por las chicas, con unos divertidos diálogos iniciales entre ellos que poco a poco se van diluyendo en favor de una mezcla de situaciones conflictivas que contiene la película, alguna de las cuales no se llegará a resolver. La cuestión es que a través de un contacto, se inician en una red que desempeña ese trabajo ilegal.
El conflicto principal llega cuando los chicos consideran que pueden hacer lo mismo que estaban haciendo para otros, el transporte de mercancía ilegal entre ambos continentes, por su cuenta y riesgo, y así todas las ganancias económicas que logren van a ser para ellos. Eso les generará otros inconvenientes añadidos a los que ya antes tenían cuando trabajaban para una de las mafias.
El guión es un refrito de datos veraces que los guionistas recopilaron y la película no es ni mucho menos tan «realista» como se ha machacado a sus posibles espectadores a través de la publicidad, por diferentes motivos. No lo es porque con las medidas tecnológicas que hoy en día están implantadas, se hace como que imposible que alguien pueda pasearse tranquilamente con una moto acuática en continuos viajes de ida y vuelta a plena luz del día por los 16 kilómetros que separan ambas costas sin que nadie lo vea. Tampoco lo es porque ante cualquier pequeño atisbo de corrupción policial, las fuerzas de seguridad españolas contienen un departamento de asuntos internos muy eficaz que aquí no se ve por ninguna parte. Pero sobre todo no lo es porque el cine siempre es invención y mentira. Por eso, vender la película como «realista» solo porque se ha dedicado un largo tiempo a hacer una investigación sobre el terreno respecto a otras realidades que han ocurrido en la zona y que no guardan relación directa con lo que aquí se cuenta, parece un poco excesivo.
Los elementos a destacar en esta superproducción son las buenas actuaciones de los debutantes y de Luis Tosar, Eduard Fernández, Bárbara Lennie y Sergi López; las escenas de acción, rodadas con grandes recursos técnicos; y su capacidad para entretener a un amplio sector del público. Una ligera y sencilla historia de amor, algo desconfiada y sin demasiada pasión, contribuye a relajar el complejo escenario de lo que es el trapicheo dentro del contrabando de droga, porque la película no trata ni mucho menos sobre el núcleo del negocio del narcotráfico, sino sobre unos jóvenes que piensan que se van a comer el mundo trabajando por su cuenta. Y el film es tan imperfecto como lo pueda ser la vida misma porque, ¿quién se puede creer que alguien pueda anunciar a viva voz a través de un teléfono móvil cuándo despega un helicóptero de vigilancia de la policía?
De todos modos, así es esta ficción destinada a que el espectador pase un buen rato viendo a unos personajes cargados de desafíos, tanto por parte de los chicos que se aventuran en unas acciones retadoras y peligrosas, como de los policías que tienen la misión de detener esas actividades. En ese sentido, Daniel Monzón exhibe aquí un guión en algunos momentos muy meticuloso y un excelente tratamiento de la imagen. Los únicos inconvenientes son las partes inverosímiles que contiene la película y algunos temas abiertos durante el relato que no se acaban de cerrar al final. En ese punto es donde Monzón ha querido ser demasiado amable, cuando el cine no debería ser políticamente correcto.
©José Luis García/Cinestel.com