«Nunca es demasiado tarde» de Uberto Pasolini; vida y soledad

En un año en el que el cine británico ha dado algunas gratas sorpresas se estrenó la segunda película como director del sobrino-nieto, por parte de madre, de Luchino Visconti, Uberto Pasolini, quien fuera el ideólogo y productor de «The Full Monty», todo un éxito de público en los años ’90. «Nunca es demasiado tarde» es un filme en el que el actor Eddie Marsan encarna a John May, un funcionario administrativo del gobierno local de la ciudad, cuya ocupación es la de ponerse a investigar y encontrar a los familiares de personas que han muerto mientras vivían en la más completa soledad, para comunicarles el deceso y la fecha fijada para los actos fúnebres, así como las opciones para tramitar papeleos y otras gestiones.
John May es tranquilo, obsesivamente metódico, y disfruta tanto de su trabajo, que lo ha convertido en el centro de su vida, hasta el punto de que carece de familia y no se relaciona con amistades porque su único contacto con la realidad social es a través de las personas que conoce en función de su empleo, dejando que su intimidad se desarrolle en el más estricto aislamiento. Lo más probable es que inclusive, al estar tan persuadido por su actividad profesional, ni siquiera haya pensado alguna vez en la posibilidad de vivir en pareja o en familia, aparte de su timidez que lo convierte en un hombre bastante soso frente a la mirada de los demás. Él puede parecer soso, pero la película no lo es porque Pasolini, que también es el autor del guión, ha elaborado un esquema narrativo brillante que en lugar de estar hablándonos sobre la muerte, está dominado por una reflexión acerca de la vida y la importancia de compartirla, su finitud y la necesidad de formar parte de una comunidad.
En cuanto a los climas y la disposición de las escenas, está claro que el principal referente de Pasolini es el trabajo del director japonés Yasujirō Ozu, con un personaje principal encerrado en sí mismo, tiernamente patético en algunos momentos, pero que cuando comienza a abrirse lo disfrutamos y hace que no nos sintamos ajenos a él. Y si lo patético tiene mucho que ver con lo cómico, aquí hay que subrayar que esa parte existe pero que el director y guionista la ha tratado con mucho mimo y respeto.
Otro de los aciertos de la película que el espectador atento notará, es que la paleta de colores de la imagen no es uniforme a lo largo del filme, sino que al principio le falta saturación y poco a poco va aumentando de tono hasta un final en el que el trabajo hecho para localizar a la hija de un fallecido vecino suyo provoca que May comience a repensar su estilo de vida, tomando al padre de la chica como referente vital frente al reto de una apremiante decisión laboral municipal que con anterioridad lo habrá dejado perplejo. En realidad, no es necesariamente que se haya sentido solo, sino el reconocimiento de que tal vez hay otras formas de vivir que pudieran ser mucho más gratificantes.
Eddie Marsan es un reconocido actor inglés que ha trabajado con directores como Martin Scorsese, Mike Leigh, Steven Spielberg o Bryan Singer. Entre sus trabajos previos a éste, se encuentran la película de Edgar Wright, «Bienvenidos al fin del mundo» (The World’s End), protagonizada por Simon Pegg y Nick Frost; «Filth, el sucio», con James McAvoy, Jim Broadbent y Joanne Froggatt, actriz que aquí encarna a la hija distanciada del último fallecido; y «I, Anna», con Gabriel Byrne y Charlotte Rampling.
©José Luis García/Cinestel.com