«Antonio Gil», de Lía Dansker; una mirada colectiva hacia el Gauchito
Estrenada en Buenos Aires cine Gaumont
El culto al gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez es uno de las singularidades de la Argentina que todavía hoy se mantiene. Como si de un santo se tratara, el Gauchito Gil sigue suscitando devociones y siendo objeto de innumerables actos colectivos en distintas partes del territorio.
La realizadora Lía Dansker tuvo el interés y la paciencia de grabar con su cámara a lo largo de muchos años aquello que sucede en la localidad correntina de Mercedes cada 8 de enero, momento del año en el que las multitudes visitan el santuario dedicado a esta figura pagana.
El resultado supone un espléndido ejercicio de observación mediante el cual conocemos ese ambiente masivo y sus casi imperceptibles modificaciones habidas con el paso del tiempo.
«Antonio Gil» pretende darles visibilidad a los verdaderos protagonistas de este fenómeno de masas: sus seguidores.
La directora de este filme documental responde las preguntas de Cinestel:
– ¿Crees que las leyendas en torno al Gauchito Gil y su seguimiento sirven muy bien para explicar lo que son las devociones espirituales y sus modos de expresarse?
Creo que sí, que los relatos que crean y dan vida al Gauchito Gil son una puesta en palabras de formas y necesidades espirituales. Profundizar en una devoción cercana puede servirnos como una vía de acceso a cualquier otra tradición espiritual. Nos ayuda a entender formas más alejadas de la propia.
– ¿Cómo surgió la idea de emplear largos travellings durante todo el film? ¿Es quizá como una visita guiada por la cámara?
La idea de grabar con tavellings surgió desde el primer acercamiento. Esta celebración está sobre una ruta y todo el movimiento alrededor del Gauchito Gil es una continua procesión. Fue una forma de acercamos a la peregrinación, al esfuerzo que representa, a la voluntad que requiere. Una forma conceptual de acercarnos a una práctica ritual, que nos permitió ponernos en el lugar de los promeseros, de entender, en el quehacer de nuestro trabajo cinematográfico, esa repetición ritual que año a año llevan adelante. Una forma de grabar peregrinando.
– Y respecto a la cronología inversa con la que se narra el documental, ¿piensas que fue la mejor opción posible?
Todo comenzó con un rodaje fallido que se transformó en una ofrenda de diez años porque la fiesta sólo dura un día. El 8 de enero se arma violentamente y al día siguiente desaparece dejando sólo el campo quemado. O sea que fue un rodaje muy extenso y a la vez brevísimo.
Durante estos años la festividad se transformó completamente y se hicieron evidentes no sólo los cambios del lugar, de la vestimenta, de la relación de las personas con la tecnología, o de la época sino también la posición de las instituciones. Fue claro al final del proceso que tanto la Iglesia como el Estado habían cambiado su relación con el culto al Gauchito Gil.
La Iglesia lejos de rechazar este culto al que tildó de pagano, comenzó a evangelizar a través de la figura de Antonio Gil y recreó una versión para que sea asimilable a un santo mártir. Por otro lado, el Estado que no tenía presencia alguna, interviene el predio y las fuerzas policiales regulan la entrada al panteoncito donde están los restos de Antonio Gil. Este proceso es el que queríamos mostrar.
El uso de la cronología inversa surgió durante el proceso de edición para ayudar a que se percibieran estos cambios, porque al desnaturalizar el paso del tiempo, se logra observar con más nitidez el proceso.
– ¿Y cómo lograste mantenerte a cierta distancia de los temas que tratas en la película?
La verdad es que yo no lo logré. Ni intenté tener una distancia frente al fenómeno, de hecho fue un proceso super emocional, pero eso no se percibe en el documental porque elegí que el punto de vista narrativo, que conserva esa distancia, no coincida con mi punto de vista subjetivo del mito.
No quise develar esta distancia, ni centrar la narración en mi proceso personal porque no quería volverme la coprotagonista del film… Los protagonistas tenían que ser Antonio Gil y sus devotos. Por eso intenté armar una narración que permitiera al espectador elegir su distancia de observación, acercarse o alejarse según su propio proceso cognitivo y emocional frente al mito.
– Vos que lo viviste en primera persona, ¿confirmarías que lo que allá ocurre cada 8 de enero es una gran fiesta de la espiritualidad? ¿Y cómo han logrado que la figura de Antonio Gil no sea comercializada?
La celebración del 8 de enero es una fiesta gigante, emotiva y hermosa. Super latinoamericana. Una mixtura de diversas tradiciones. Sin duda es una gran fiesta espiritual en tanto que, como seres humanos, lo espiritual se nos revela siempre en el cuerpo. Somos seres temporales y corporales, y nuestra espiritualidad se materializa en nuestros cuerpos individuales o en nuestros cuerpos colectivos, como el que se forma en estas celebraciones multitudinarias.
No entiendo bien a que te referis con que la figura de Antonio Gil no ha sido comercializada. Creo que, como vivimos en el seno del capitalismo, todo, hasta nuestra propia subjetividad y emociones ya han sido mercantilizadas. Cada una de nuestras imágenes religiosas o paganas tiene una posición en el mercado.
Ahora bien, y tal vez a eso te referis, en esta celebración y en el corazón mismo de este mito hay una disputa por conservar y compartir valores pre-capitalistas, no mercantiles. Quiero decir, se intercambian experiencias y objetos entre miles de personas que se encuentran ahí año a año para reinventar este mito y para compartir algo intangible… algo espiritual (si queremos nombrarlo así). En la festividad hay una presencia multitudinaria, una presencia colectiva y presencia individual que no es corriente. No es muy común en nuestra sociedad estar plenamente presentes y menos en forma colectiva.
Por suerte hay muchas fiestas en el mundo que posibilitan esta resistencia que nos permite habitarlo. La celebración de Gauchito Gil es una de ellas.
©José Luis García/Cinestel.com