«Mauro» de Hernán Rosselli; ideas de falsificación con verosimilitud
Hernán Rosselli es un veterano montajista argentino que incursiona en el mundo de la dirección con esta muy interesante ópera prima, un drama de corte intimista sobre unos «pasadores», que es como se define en la Argentina a aquellos que falsifican billetes para introducirlos en el mercado a través de compras selectivas en las que tanto el producto comprado como el vuelto (cambio, diríamos en España), es el botín económico logrado ilícitamente. El jurado oficial de la Competencia Internacional del último BAFICI concedió su Gran Premio a esta acertada película que es un ejemplo más de lo que es y significa el buen cine.
Mauro es un estafador que camina por las calles y compra cosas con dinero falso. Tiene problemas con las drogas y acaba de conocer a Paula con quien entabla una relación. Junto a su amigo Luis, cuya pareja Marcela está embarazada, decide instalar un taller artesanal de serigrafías para falsificar billetes e incrementar sus ganancias, proyecto que se recorre paso a paso.
Rosselli nos introduce en el detalle de la vida íntima de sus personajes con esas conversaciones que incluso algunas veces suelen ser insustanciales y triviales pero que las podemos reconocer porque son en el fondo muy comunes a lo que acostumbra a ser una relación afectiva y amorosa. En el plano profesional, con la actividad ilegal que ostentan como el otro motivo central de lo que cuenta, percibimos a unos tipos que van a lo suyo con discreción y sin aparentes remordimientos. Lo mejor de este caso es que son personas que no quieren sobresalir ni lucirse en absoluto, dándole al tema una gran verosimilitud en contraposición a otro tipo de cine tal vez más artificioso. Para conocer más acerca de las intenciones del director, le preguntamos en diálogo para Cinestel tras conocer el dato de que el Festival de Cosquín también la premió como Mejor Película.
– Sobre lo que puede verse en otras películas de falsificadores en las que se lucha por tener cierto protagonismo, en «Mauro» parece que las ambiciones de los personajes no van por ese terreno.
Sí, y un poco también tenía que ver con el registro de actuación que iba a trabajar porque de alguna manera lo que queríamos es evitar ese tópico del cine de género y eso ya fue algo que salió desde la dirección de actores. Ellos son profesionales del teatro y entonces cuando se les decía que aquí iban a falsificar billetes, agarraban el cigarrillo a lo Humphrey Bogart como queriendo utilizar las herramientas con las que relacionaban a esas personas cotidianamente, y la ficción era todo el entorno que estábamos creando, con el mismo acto de falsificar incluido, y eso ya en cierta forma los convertía en sus personajes para la película.
Por eso, como es una especie de delito especializado, finalmente tiene que ver no con gente marginal sino con pertenecientes a la clase media-baja que suelen ser personas con un oficio normal, porque las técnicas de falsificación requieren de la imprenta y en el ambiente de los imprenteros es como muy común que exista gente que haya querido dar el gran salto falsificando billetes.
– Para los espectadores que hemos visto muchas películas es inevitable que se establezcan asociaciones entre unas películas y otras, en este caso por ejemplo con «El dinero» de Robert Bresson. ¿En el momento de plantearte el film, lo hiciste desde ese punto de vista de homenajear a otros filmes?
Obviamente Bresson era una referencia por el uso de los primeros planos y los planos rígidos y también hay elementos del cine clásico como por ejemplo esa especie de traición de la mujer que no llega a quedar clara, pero lo que yo quería para la película es que se vivieran bien cerca los personajes a través del hecho de contar su intimidad y eso es lo que me obligaba a evitar un montón de tópicos del cine de género.
– El hecho de que se vea como habitual en la película la sencillez de relaciones personales entre las parejas, como podrían ser las supersticiones de Marcela por ejemplo, sí que se contrapone con esa idea del estafador como prepotente que abunda en otro tipo de cine.
Para mi modo de ver es como que hay una relación entre la falsificación y la búsqueda de identidad del personaje que está medio perdido, y esa especie de macumba que ella hace siempre tiene que ver con la identidad, como cuando saca a relucir el tema del nombre del bebé. Los personajes están falsificando para formar una familia y la familia se forma desde la identidad; entonces, eran todos elementos que tenían que ver con eso. No es una valoración moral sobre los personajes, que es algo que habíamos descartado.
– La película también habla sobre la ambición, el dinero llama al dinero, y en un momento quieren ampliar esa actividad que están haciendo. Eso los lleva a otros caminos que ya están trazados y que son hasta cierto punto incluso peligrosos. ¿También querías hablar sobre esa desmesura?
Sí, es que en realidad el delito funciona un poco como el mercado, es decir, uno se puede poner a vender droga fácilmente. Lo que no puedes hacer es instalar un laboratorio para cocinar la droga que es más difícil porque ya existen oligopolios que tienen intereses y no van a querer. Entonces, una cosa es pasar billetes falsos y otra distinta producirlos. Cuando los producen, ahí entran en juego intereses de otras organizaciones que, o les absorben y empiezan a laburar con ellos, o directamente los sacan del camino.
– Lo que más me ha fascinado de «Mauro» es el reflejo que haces de un grupo de personas que parece que manejan un pastón, mucha plata, pero que mientras estén ahí no pueden alardear de ello. Los posibles beneficios les conminan a cada vez hacer más dinero y eso los atrapa en ese lugar dentro de un círculo vicioso y no les permite hacer una previsión a futuro.
Sí, no pueden hacer mucho alarde. Y cuando logran falsificar, que terminan teniendo que pasarlo uno por uno, es arriesgarse demasiado y tampoco sé cuanto tiempo realmente por esa vía podrían mantenerse. Es decir, que el problema no es la impresión de billetes falsos, sino la distribución. En algún punto, es como hacer películas independientes, donde uno puede producir con facilidad, de forma artesanal, pero siempre el problema es la distribución. Irónicamente, funciona también como una analogía para el cine.
– Comentabas que los actores proceden del teatro. Como se trata de un arte escénico con reglas diferentes, ¿de qué manera encaraste su proceso de adaptación?
Trabajamos al principio con Mauro Martínez que venía del Teatro Foro. En los primeros ensayos que yo le escribí, Mauro estaba muy sobreactuado y después estuvimos trabajando durante un año con él sólo filmando ese monólogo y poco a poco lo fue depurando. Ya después, cuando se sumaron los otros actores, Mauro imponía el registro sobre ellos y así se fue emparejando todo. Yo trabajaba con muy pocas indicaciones y generalmente dándoles acciones para que de alguna manera no entraran en todo este juego del cine más de guión, de las motivaciones, de los personajes, que acaban determinándolos y condicionan la actuación. Entonces trabajaron con muy poca información; información que yo tenía y que había escrito pero que después a ellos les daba muy pocas herramientas. Eso funcionó muy bien porque en cierta forma los dejaba como a la intemperie.
– Y respecto a lo que hablabas antes sobre los planos rígidos, ¿en futuras películas piensas continuar con este sistema?
En la nueva película que estoy haciendo ahora utilizamos más la cámara en mano porque se trata de un documental, si bien tiene algunos elementos de ficción y la verdad es que eso me condicionaba un poco, pero probablemente en la próxima ficción sí que me gustaría seguir desarrollando este esquema. Fue una decisión difícil de cara a Mauro porque me obligaba a ser muy riguroso y descartar mucho material puesto que no todo el material estaba a la altura de la película y en cada escena había que encontrar la síntesis de todo eso y filmamos en la calle también. Osea, encontrar un plano justo en Once que es donde están todas las ferias y los comercios, era realmente una situación de mucho estrés y nerviosismo. Por eso generalmente, este tipo de películas en la calle se filman con cámara en mano.
– Encontraste financiación en el llamado Fondo Metropolitano de la Cultura, las Artes y las Ciencias del Gran Buenos Aires. ¿Es algo que es nuevo o ya venía funcionando?
No, desde hace unos años yo había tratado de aplicar a otros fondos, pero la película es un proyecto que se fue armando en el rodaje y en el montaje en paralelo. El primer armado que yo tenía era muy diferente a lo que fue definitivamente. Cuando apliqué al Fondo Metropolitano, era algo que para mí fue muy difícil pero yo estaba muy contento porque sentí que ahí la película ya estaba terminada. Apenas hicimos unos retoques y ya nos metimos en los procesos de mezcla de sonido y toda la parte final que fue muy difícil para mí, porque significaba cerrar un proyecto que había estado abierto por cuatro años, variando todo el tiempo.
– Has trabajado anteriormente como montajista con Campanella, con Gastón Solnicki y con muchos otros realizadores y esta ópera prima evidentemente la enfocas también desde esa experiencia.
Claro, hay como una madurez que se nota a nivel de lenguaje que tiene que ver con eso, con lo que yo aprendí laburando con todos estos directores y de alguna manera el diseño de producción de esta película surgió de mi experiencia en el montaje. Después tuve que aprender un montón de cosas de dirección de actores y de fotografía porque yo quería laburar en solitario con los actores y eso me obligó a aprender a filmar y a pensar en la fotografía, pero el diseño de producción, esto de ir filmando y encontrando la estructura en paralelo mientras filmaba, fue algo que tiene que ver con el oficio mío como montajista.
©José Luis García/Cinestel.com