«El muerto y ser feliz» de Javier Rebollo, cuando detenerse es recordar
Sin solemnidad, la película de Rebollo retrata la huida a ninguna parte de un hombre que siente que se le acaban los días de su vida y decide no detenerse a pensar en su pasado influenciado por un oficio arriesgado, lo que le permite afrontar sus últimos días con tranquilidad.
La Concha de Plata al mejor actor para José Sacristán en San Sebastián y el premio al mejor director y actriz protagonista (Roxana Blanco) en Cinespaña de Toulouse (Francia) son los antecedentes de la película de apertura del 27 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en Argentina.
Santos es el personaje interpretado por Sacristán, un tipo que huye de un hospital con un conjunto de pequeñas dosis de morfina aceptando un último encargo como asesino que no cumple pero con cuyo dinero emprende esa huida en camioneta a través de más de 6.000 kilómetros dentro de la Argentina.
Partiendo de Buenos Aires querrá llegar hasta Quiaca pasando por Rosario, Granadero Baigorria, Correa, Mar Chiquita, Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Salta y de ahí a Barcelona.
El relato se apoya en dos voces en off que con frecuencia se contradicen, nos informan de lo que va a suceder e incluso mienten al espectador aunque el director expresa que lo que quería demostrar es que muchas veces las imágenes no son lo que parecen.
Javier Rebollo se atreve a deformar géneros cinematográficos a través del absurdo en un film que por momentos puede ser una road movie, un policial negro o una comedia. El director añade que es casi un documental, «un filme de cinema verité porque los argentinos son así de surreales, absurdos, locos y maravillosos al mismo tiempo».
A su paso por las distintas poblaciones, la película cuenta con actores locales de cada una de ellas de modo que se mantiene el acento propio de cada lugar aunque merece la pena destacar que aquí no se pretende ni mucho menos hacer un retrato realista de la Argentina, un país que Sacristán considera «acojonante» por la curiosidad que muestra por la cultura.
«El muerto y ser feliz» lo que hace es indagar en la sospecha de lo real, en cómo a veces parece serio lo que decimos pero internamente nos estamos desternillando de risa, en cómo a veces parece que algún medio nos está informando sobre algo pero realmente no nos está diciendo nada.
Para subrayar eso, la película apoya su contenido en las voces en off que en un principio nos vienen a decir ¡ojo, no te fíes de todo lo que ves, las imágenes son engañosas, hay que desconfiar de ellas! y lo que Rebollo quería es que se comprendiera que la voz es la de un falso narrador omnisciente que trata de urdir la película mientras la va contando hasta el punto de que nos preguntamos qué demonios estará maquinando e incluso hasta dónde nos quiere hacer llegar con esa manipulación tan evidente de las cosas. «Es la voz de un melancólico que quiere encontrar la película sin lograrlo» llegó a decir Rebollo en San Sebastián dudando de si podría tratarse de un canalla o de un tierno o ambas cosas al mismo tiempo.
Para el realizador «la película no es contradictoria, es paradójica y eso es lo interesante. Eso me hace a mí pensar que hay que desconfiar porque la memoria nos hace confundir sobre cómo fueron las cosas y conforme avanza la película ya las voces se mezclan y aparece el mito de este personaje que es como el Cid o Don Quijote; su gran característica es que se abre a todas las posibilidades y por eso esa voz dice ¡quizá sucedió que…! ¡acaso pasaron por…! y eso es muy interesante para mí como espectador y como cineasta».
Pepe Sacristán aseguró en Donostia que el personaje que interpreta es un traje a medida que le hicieron la guionista y productora Lola Mayo y el director Javier Rebollo empleando como elemento base una película que él había escrito, dirigido y protagonizado hace mucho tiempo, «Cara de acelga»: «Esta película en realidad se podría haber llamado «Cara de acelga 2» porque tiene elementos como la copla, el flamenco, las canciones del Okal y del DDT Chas (antigua publicidad) que tienen una nostalgia latente, una mirada hacia atrás sobre lo que estaba en aquella película y en aquel personaje.
También tiene en cuenta el capítulo de la memoria, lo que yo recordaba de las peripecias de aquel Castañita, el niño prodigio que cantaba flamenco por las verbenas, y que acabó siendo un matón en la Argentina huyendo de la muerte y corriendo hacia ella» -dijo Sacristán.
Rebollo, por su parte, contó que abordó «El muerto y ser feliz» en un momento bajo de moral y que por eso quiso rodarla de manera alegre en forma de comedia. «Me di cuenta de que con esto acerté porque Santos lo que quiere es no detenerse ya que detenerse es recordar y sufrir. El índice de velocidad es proporcional al olvido y el de lentitud es proporcional al recuerdo. Cuando te paras, recuerdas, sufres».
El final del film, abierto y confuso, fue pensado así para ahondar en el mito.
Respecto a la situación del cine español, Rebollo expresó su opinión diciendo que «algunos quieren que no se hagan más películas. Yo sé que todo va muy mal pero igual que los antigripales, el cine es necesario. Yo quiero saber cómo viven en Irán, en Japón o mi vecino de Vicálvaro y eso se cuenta en las películas.(…)Y aunque todo vaya muy mal, no debemos callarnos, yo creo, porque como decía Unamuno, callar es asentir y ya está bien de revancha, ya está bien de mala follá, como dicen los ‘granaínos’, que sólo somos humildes artistas titiriteros.
Queremos seguir haciendo películas. Es la manera en que nos expresamos y de la que ustedes viven y de la que mi padre y mi familia conocen cómo viven gente en otros lugares. Y no pinta bien, pero resistiremos y seguiremos haciendo cine» -concluyó.
©José Luis García/Cinestel.com