Nostalgias irresueltas
*Por Daniela Espejo desde México D.F.
Una prueba de más de que la esencia del tango está hecha de nostalgia es la ópera prima de Lucía Carreras “Nos vemos, papá”, estrenada en enero en la Ciudad de México y que ya puede verse en varias ciudades del interior de la República. Si bien se trata quizás de una excusa, la música resalta en toda la cinta, le da el tono adecuado en el momento justo, al tratarse la película del dolor por la muerte de un ser querido.
Pilar (Cecilia Suárez) es la protagonista de esta historia y quien enfrenta el fallecimiento de su padre (Marcelo D’Andrea), al que encuentra muerto una tarde al volver del trabajo. A partir de ese momento, su mundo se desploma, no le encuentra sentido a la vida. Después del funeral, regresa a la casa que compartía con su padre y sorpresivamente deja caer por las escaleras la urna que contiene sus cenizas. Muy naturalmente y sin grandes explicaciones, su padre empieza a aparecerse en la casa y Pilar, al mismo tiempo que lo recibe, lo esconde: nadie debe saber que ella lo sigue frecuentando.
La relación cotidiana se va desarrollando con normalidad, con un ritmo certero pero apaciguado, ya que si bien Pilar se reanima y va recuperando su alegría, no deja de encontrarse bajo los efectos del shock que le propinó la sorpresa de la muerte de su padre. Hay un círculo familiar que la visita regularmente. Su tía Úrsula (Verónica Langer), una exiliada argentina al igual que lo era su padre, y de ahí la relación con el tango, su hermano José (Arturo Barba) y su sobrina, que reproduce lentamente sus acciones y va siendo una especie de espejo del personaje de niña. Si bien un hombre, Marco (Moisés Arizmendi), intenta acercarse a ella, el espacio que Pilar puede brindarle es tan mínimo y tan superficial, que no representa casi nada para ella.
Desde el guión, la debutante en la dirección Lucía Carreras imprime el tono completo de la obra. No hay grises, está muy claro el objetivo y la vivencia que desea plasmar. Intenta una semblanza lo más centrada posible de la experiencia de la pérdida de un ser amado, evitando el llanto fácil y el melodrama de la ausencia. Sin embargo, el toque original del texto lo aborda al adentrarse en un tema poco trabajado en el cine, el complejo de Electra, a través del cual elige desarrollar en el personaje femenino el amor por su padre y el enfrentamiento a la madre, que en su caso hace tiempo ha fallecido. El complejo de Electra es como define Carl Gustav Jung lo que para Sigmund Freud fue solamente el complejo de Edipo femenino, sin siquiera tomarse el trabajo de pensar qué mito griego se acoplaría más a esta dinámica psicológica que toda mujer debe superar.
No fue este el caso de nuestra protagonista que no solamente no lo resolvió a tiempo sino que, más allá de la muerte, continúa alimentándolo. Es tal la fijación de Pilar por su padre que lo vuelve a ver como si no hubiera muerto y habla con él como con un amante. Por esa razón, y esta es la escena más fuerte del film, prepara una cena romántica, se viste de ropa interior e imagina besarlo y tener relaciones sexuales con él. En ese momento, su hermano irrumpe en la escena y la descubre “consumando” el acto sexual rodeada con las ropas que solía ponerse su padre. Ahí es cuando suena a todo volumen el tema compuesto para la película por Christian Basso “El duende del tango”.
De ahí en más empieza otra película, la que intenta bajar a tierra a Pilar y encuadrarla en la racionalidad que ella no puede tolerar. La nostalgia es insuperable para ella como también lo es el complejo de Electra. Y a partir de ahí es cuando el film se regodea dándole vueltas a un conflicto que podrá ser solucionado en el diván, quizás, o con alguna terapia. La familia se deja llevar sin enfrentar el conflicto al igual que lo ha hecho Pilar con la muerte de su padre. Por eso el ritmo del film es tan apropiado ya que no hay grandes quiebres, más que el de la escena del horroroso descubrimiento del virtual incesto, que pudieran hacer lidiar a los personajes con la resolución del problema. La mirada de Cecilia Suárez, cuyo cuerpo parece caminar por inercia, transmite cierta somnolencia e introspección. Sus pies parecen arrastrarse como lo haría un bailarín de tango seguidos por el lento lamento del bandoneón que musicaliza la casi totalidad de la cinta. Un desgano que la afecta en lo profundo. Una negación de la realidad que le permite intentar vivir en un mundo de sueños encerrado en esa casa que tanto ama y que no quiere dejar ir.
Si bien la película tiene la intención de reflejar la dificultad y el dolor por la muerte de un ser querido, lo cual, está claro, es un tema por demás personal y cuyos sentimientos merecen un entero respeto, queda el sabor amargo de una vuelta de tuerca que el guión no permite. Más bien nos deja en el aire la idea de que, como niña que sueña eternamente con la felicidad perfecta, Pilar nunca logrará avanzar en el camino pedregoso que supone el enfrentar la ausencia. Es por eso que el film, en gran medida, nos deja controversialmente atónitos. Si la escena del incesto nos estrella contra una pared, el final nos conduce por inercia al precipicio, sin vuelta atrás y con una sonrisa ingenua y que deja caer al personaje en el sinrazón de sus deseos mismos. Una felicidad en extremo insalubre.
©Daniela Espejo/Cinestel.com
(fotos de Adhat Campos cortesía de Machete Producciones)