«Samurai» de Gaspar Scheuer; buscando en el horizonte difuso

Es la segunda película que dirige Scheuer tras «Desierto Negro». El film da fe de la gran experiencia en sonido de su realizador e incluso contiene pequeñas partes habladas en lengua japonesa que son toda una novedad en el cine argentino. Con una ambientación casi onírica y una fotografía de alta densidad de color, la película es el reencuentro de dos culturas aniquiladas, los gauchos y los samuráis, en el marco de una búsqueda sin fin.
«Samurai» cuenta que en algún lugar remoto de la Argentina de fines del siglo XIX vivió una familia de samuráis japoneses en la que un abuelo contó a su nieto Takeo la historia del líder Saigo Takamori, que en 1877 lideró la rebelión satsuma, que sería el último conflicto encabezado por los samurai en la historia del Japón.
Mientras que el padre de Takeo cree que es posible integrarse trabajando el campo en tierras argentinas, el joven de 20 años ve morir a su abuelo y malinterpreta sus últimas palabras pensando que el famoso rebelde samurai todavía vive y hay que ir a buscarlo. En ese periplo se encontrará con Higinio Santos, un tipo vestido como gaucho a quien todos llaman Poncho Negro, veterano lisiado de la guerra del Paraguay interpretado por el actor Alejandro Awada a quien le faltan los dos brazos pero sigue montando a caballo.
La experiencia de Takeo contiene tres tipos de descubrimiento: el físico, el emocional y el imaginario. La historia que tiene que ver con Takamori, quien estaba convencido de que había que salvar al Japón de la ruina, está también plagada de leyendas como la de que le cosieron a tiros y peleó durante cuatro horas más. También aparece en «Samurai» un gobernador para quien el sostén del Estado es la justicia y que, en clara contradicción con los actos de la cultura que representa, califica como admirable el fulgor de una civilización milenaria. Tanto los samuráis como los gauchos fueron aniquilados por la presencia de los fusiles y en este film, Scheuer va a caballo entre el drama de la familia japonesa y el western del gaucho con amputaciones.
«Samurai» es una buena muestra de las fuertes tensiones que siempre han existido y existirán entre la sabiduría y el progreso porque, si alguna cosa está clara y evidente, es que ninguno de estos dos conceptos han discurrido en la misma dirección en estos últimos siglos porque el progreso evoluciona hacia nuevas formas de vida con la condición de que la mayoría de población carezca de los referentes propios de esa sabiduría popular que se ha ido transmitiendo secularmente entre decenas y decenas de generaciones a lo largo y ancho de toda la Historia. Y eso que la película se detiene a finales del siglo XIX, porque si hubiese llegado hasta nuestros días veríamos cómo esa sabiduría ahora se quiere comercializar y vendérnosla como un producto más e incluso nosotros somos vistos como un producto que tiene que consumir.
La película de Scheuer nos representa esa degradación moral evidenciando su poderío en la figura de dos mercenarios jornaleros y transeúntes que se burlan irónicamente del samurai como curiosa vía de escape ante los abusos que sufren de los militares terratenientes en pro de la modernidad. En una entrevista, el director había dicho que le interesaba plasmar «un Estado en pleno proceso de organización donde aún se libra un combate a muerte entre el liberalismo pujante moldeado en Europa y otras formas más arcaicas de administrar el poder».
«Samurai» es una película en la que seguimos un viaje iniciático de Takeo, esa partida de su casa que le llevará a perder la inocencia siendo explotado a la intemperie, encontrando su primer amor y circulando al lado de un gaucho tullido y curtido en otras muchas desgracias. Y si el protagonista de esta historia está aferrado a la naturaleza de sus orígenes, veremos que, como estaba claro desde el principio, su padre está sucumbiendo a las delicias del progreso.
©José Luis García/Cinestel.com