«Shell» de Scott Graham; el amor, la soledad y la irracionalidad del deseo

Competencia internacional, SANFIC 9.
Para ser una ópera prima, esta película ha despertado interés no solamente por el contenido del relato sino también por la buena construcción técnica que asombra por tratarse de un director novel que construyó esta historia derivándola de un corto que tuvo una excelente acogida en el Festival de Ourense. El largometraje nos muestra a dos personas solitarias, padre e hija, que conviven en una estación de servicio donde trabajan y al mismo tiempo tienen su hogar. Están en las Highlands escocesas en que los inviernos son particularmente crudos y el paso de vehículos no es muy abundante.
Shell es una chica de diecisiete años muy frágil y vulnerable cuya madre abandonó a la familia y nunca más se supo de ella. Como tuvo que crecer de manera disfuncional junto a su padre y con escasa o nula relación con otros niños, ahora se ha adaptado a la vida junto a su progenitor mientras que por su edad actúa como una sirena que atrae a los transeúntes que se paran a repostar en la estación o a acceder a otros servicios que también ofrecen para poder sobrevivir económicamente, como el de reparación de automóviles o el supermercado.
Su padre Pete es un solitario que llegó ahí junto a ella y que se entusiasmó con el lugar. Trece años después padece algunos ataques de epilepsia y se encuentra en un momento problemático de reflexión sobre su vida con una gran tristeza en su interior. Su hija Shell lo va cuidando al tiempo que vive una situación parecida en cuanto a la soledad. Como a ambos les sobra amor por todas partes, esa represión les provoca que se abra una vía de exploración de formas de amar en absoluto adecuada, que es la posibilidad de que terminen enamorándose. Esa idea nace en ese ambiente de atadura en el que están y, como contradictoria que es, comienza a crear tensiones entre ambos con la participación de alguno de los habituales visitantes y en el medio de algún que otro atropello a ciervos en la carretera.
Scott Graham aseguraba que quiso reducir el rodaje a una sola locación para enfatizar la tensión. Tanto la hija como el padre son más bien parcos en el hablar, breves en la exposición de sus conversaciones. La posibilidad de traspasar los límites surge de un ferviente deseo que los dos tienen de suplir o sustituir las carencias afectivas del otro, Pete sin la esposa y Shell sin un chico con el que se esté relacionando ante el escaso campo de búsqueda que le ofrece estar en ese lugar tan remoto, pero el amor hacia su padre y el deseo de cuidarlo frente a su enfermedad, complica una solución.
Pete es dolorosamente consciente de la necesidad de Shell de afecto, pero emocionalmente siempre procura distanciarse de ella y así seguir lidiando con el recordatorio diario de la ausencia de su esposa a medida que Shell se va convirtiendo en una mujer. Es importante destacar que las miradas y gestos entre los dos son casi siempre sutiles y definidos por el aislamiento y la nostalgia y que en ambos se observa cierta languidez para tomar decisiones en concordancia con las características del paisaje y la atmósfera de ese lugar. Como el relato de la película no está articulado a través de las palabras, el director procuró que el espectador tenga una buena información sobre cuanto de inmenso es ese espacio montañoso.
Entre las escenas de movimiento más interesantes y simbólicas de «Shell» están una carrera detrás de un coche para devolverle un muñeco que se ha dejado una niña, otras entre la protagonista y algunos visitantes esporádicos del lugar que se sienten solos, y sobre todo la final, cuando por fin alguien se interesará por lo que realmente le gusta hacer en la vida. A este film se le ha calificado como de «realismo poético» donde la soledad y la irracionalidad del deseo amoroso están en todo momento presentes. Una gran y brillante ópera prima sobre la que, de no saberlo, nunca pensarías que es una primera película de Graham.
©José Luis García/Cinestel.com