«Pichuco» de Martín Turnes; la fragancia y la esencia artística de Aníbal Troilo hecha película

Gardel, Pichuco y Piazzolla son los tres grandes mitos del tango y la milonga que han dejado ya una impronta imborrable a varias generaciones entre los habitantes a ambos márgenes de la desembocadura del Río de la Plata. Este año 2014 se conmemoró el centenario del nacimiento de uno de ellos, Aníbal Troilo, un músico bandeonista que perfeccionaba las partituras y era un director de orquesta que supo encandilar a todos los amantes de esta música tan ligada al acervo popular y a la identidad porteña, cuya influencia se extiende a otras zonas de la Argentina y el Uruguay, donde hoy permanece con fuerza.
«Pichuco» es un proyecto que Martín Turnes ha enfocado desde las nuevas generaciones de músicos y amantes del tango, entre las que es obvio que la influencia de la proyección del legado dejado por Troilo está presente. A partir de esa base, el realizador ha seleccionado toda una serie de piezas que conviven dinámicamente y nos ofrecen una mirada única sobre un mundo profesional ligado con energía a la identidad de muchos argentinos, a su sentimiento colectivo, a sus emociones y a sus recuerdos.
El documental no explica la vida personal de Pichuco, no es una revisión cronológica sobre su vida, y tampoco se dedica a escenificar un recital de las piezas musicales que él había arreglado. De hecho, se encontraron en una digitalización llevada a cabo en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, sesenta temas recompuestos por el bandeonista, y Turnes tuvo que elegir fragmentos de diez de ellos porque lo que de verdad quería que brillara en la película es la capacidad de motivar que tenía Troilo a quienes lo conocieron, e igualmente a las generaciones que llegaron después al universo de la música, de modo que aquí aparecieran diversas voces que explicaran la técnica de músico y el tipo de relación que mantenía con los demás miembros de la orquesta, así como su capacidad casi innata de sintonizar con el público.
El director sabía muy bien que un riesgo al que se enfrentaba delante de uno de los grandes de la milonga y el tango era el de caer en la reiteración de la grandilocuencia y la ampulosidad. Para evitar eso, «Pichuco» se convierte en una película donde lo simbólico se despliega en diferentes direcciones abarcando memoria, inspiración, gusto por la música e información. Esa es básicamente la razón por la que es un filme no sólo para ser recordado, sino que invita a volver a visionarlo de tanto en tanto. Y no es necesario ser un tanguero incondicional para verlo, porque también está pensado para que quienes están afuera de ese mundo en sus preferencias personales, puedan seguirlo desde un análisis crítico en el que, entre otras cosas, se pregunten cómo es posible que alguien pueda desarrollar profesionalmente su verdadera vocación musical y suscitar la aprobación unánime del resto de los miembros del oficio.
La película también entremezcla imágenes del Buenos Aires de ayer y de hoy e incorpora cuatro secuencias fotográficas actuales que nos rememoran distintos rincones de la ciudad que tuvieron algo que ver en la vida de «El Gordo», como coloquialmente lo llamaban sus compañeros. Esa experiencia cinematográfica nos lleva por Corrientes y sus pizzerías al anochecer; los bares de la calle Paraná y adyacentes; las casas donde nació y creció en un barrio como Almagro que respira tango; su colegio y el local donde debutó; y el Teatro Colón. «Para mí era gente que no tenía que haber muerto», dice uno de los intervinientes en el documental. Aníbal Troilo abandonó esta vida cuando iba a cumplir 61 años, pero dejó un importante legado a partir de su trabajo como músico, ahora universal.
©José Luis García/Cinestel.com