«Post Tenebras Lux», un Reygadas siempre impredecible que convenció al jurado de Cannes
Carlos Reygadas es uno de los directores de cine mexicanos que más veces ha visitado con sus películas el Festival de Cannes; esta vez con el premio al mejor director recibido.
Su concepción irracional y disparatada del arte cinematográfico no deja a nadie indiferente y tanto provoca airadas desaprobaciones con abandonos de sala incluidos, como intensos elogios de quienes ven en su cine un trabajo libre y abierto que da rienda suelta a la imaginación del espectador. ¡Construyan ustedes la película! parece susurrar el mexicano desde detrás de la sala.
Esa postura sumamente radical se halla por ejemplo, también en lo que a coherencia del relato se refiere, en las antípodas de los postulados de cineastas como Roberto Rossellini, quien, aunque dúctil con el guión y también con los actores que en su mayoría eran no profesionales, pensaba que «el cine no es sueño porque, en definitiva, la vida tampoco lo fue nunca» y al mismo tiempo decía que la misión del cine es reflejar la vida, no inventarla, y por eso modificaba sus relatos en función de lo que los actores le sugerían previamente al claquetazo.
Reygadas, sin embargo, es mucho más impúdico en sus planteamientos y lo que refleja en su película, si es creíble o no, si es racional o no, lo tiene que decidir el espectador.
No es el único realizador de cine mexicano que desarrolla su trabajo primando el factor estético y funcional de las imágenes por encima de los diálogos.
Iván Ávila Dueñas, quien fuera asistente de dirección de Arturo Ripstein en «Profundo carmesí» y publicara el libro «El cine mexicano de Luis Buñuel», participa de ese concepto y estrena dos largometrajes, «Adán y Eva (todavía)» (2004), que causó polémica en su momento por las referencias al pasaje bíblico a través de una narración fantástica y transgresora y «La sangre iluminada» (2007), que explora la compleja existencia de seis personajes cuyo destino es emigrar de un cuerpo a otro, siendo toda una reflexión sobre la memoria, la metamorfosis, el simbolismo de la sangre, la sexualidad y la muerte.
En el cine argentino también encontramos ejemplos muy diferentes de ese concepto en las filmografías de Lisandro Alonso, Gustavo Fontán o en la dupla Paula de Luque y Sabrina Farji que en 2003 rodaron «Cielo azul, cielo negro», emparentando el sueño y la locura con el mundo real en una mezcla de lenguajes y situaciones que cuenta con la formidable actuación del actor Boy Olmi en un trabajo gestual y corporal digno de elogio.
Albert Serra, desde Barcelona, también hace un cine en el que lo que importan son las imágenes, las atmósferas, mucho más que la palabra.
En «Post Tenebras Lux», Reygadas es desordenado, incorrecto, aberrante, desconcertante, atrevido, provocador y parece estar enfrentándose a toda esa parte atomizada del gran público con escasa formación en gustos cinematográficos que acude al cine a ver películas solo porque los demás también las ven.
El cineasta mexicano se contagia de ese devaneo y propone un cambio de papeles: si ese público acude al cine sin reflexionar sobre si lo que va a ver pudiera aproximarse a lo que le gusta o lo que le interesa, ahora es él quien rueda tratando de encontrar sobre la marcha adónde va de una manera completamente anárquica, disfrutando de sus sentimientos e ideas de ese momento sin mayores planteamientos.
El realizador contaba cuáles son los cimientos sobre los que se sustenta en una entrevista televisiva para un canal de noticias en México durante 2011: «A mí no me interesa demasiado la narrativa ni el cine como historia, que me cuenten historias. Prefiero algo que pueda evocar más, que sea un mundo donde las referencias sean más endebles y donde todo se sienta por evocación y por contacto indirecto más que por tenerlo enfrente y alguien te lo esté subrayando».
Evocar o anhelar versus odiar es lo que Reygadas y su película proponen a través de sueños o imágenes abstractas que muestran tanto torrentes de sangre que salen a borbotones de las montañas como un hombre que se arranca su propia cabeza o una orgía en unos baños turcos de París.
Para hacer notar ese concepto onírico, empleó unas lentes especiales que difuminan los bordes de la imagen. «Es la mirada con la que examino la vida, en cierta medida es como ver doble. La vida aparece ligeramente transformada en esta película»-puntualizó.
Respecto a la escena más comentada por la prensa, el director dijo en Cannes que «México es el país corta-cabezas por excelencia. La antropofagia y la sangre son una tradición mexicana, como los tamales. El verdadero título de mi película debería ser «Mi tierra sangra» o «Sangra México»-lamentó.
Reygadas piensa que los humanos del mundo occidental o semi-occidental vivimos en forma narrativa y que todo lo que hacemos tiende a tener un principio y un fin y a estar contenido dentro de un círculo que se sostiene a sí mismo. «Expreso pero también comunico, igual que todos nosotros. Al comunicar buscas que el otro pueda seguir lo que estás tratando de desarrollar, entonces, sin querer, encuentro un principio y un fin pero a priori no sé cuales son».
Al inicio de la película aparece una niña, hija real de Reygadas, rodeada de animales en medio de un campo con un sol que se desvanece. El matrimonio protagonista está encarnado por los debutantes Nathalia Acevedo y Adolfo Jiménez Castro. En un momento determinado aparece sorpresivamente la animación de un macho cabrío rojo que simboliza al diablo. El marido, obsesionado por el sexo y acostumbrado a mandar, es asesinado por uno de sus empleados.
El realizador mexicano, amante de la fotografía, no puede resistir la tentación de ponerle luz a los títulos de sus filmes («Luz silenciosa») y por eso ahora dice que se fijó en uno de los lemas que propuso Calvino en Ginebra, el reformador religioso protestante francés del siglo XVI, «Post Tenebras Lux», cuando decía «después de las tinieblas, de la opresión de los Papas y la opresión católica, la luz del verdadero cristianismo».
©José Luis García/Cinestel.com