«Regreso a Ítaca» de Laurent Cantet; pasado, presente y futuro

Las películas del director francés Laurent Cantet están siempre supeditadas al estado de ánimo de los personajes que aparecen. En ese rango de estilo cinematográfico, el realizador sorprende con la adaptación de un texto escrito por el escritor Leonardo Padura en su libro La Novela de mi Vida, en el que se hace un repaso muy próximo a realidades comunes que tienen que ver con la nostalgia, las contradicciones, los remordimientos y los anhelos presentes y futuros. El filme es un encuentro entre amigos que hace tiempo que no se veían, teniendo lugar en la azotea de un edificio situado en el barrio de Centro Habana, en la capital de Cuba, a lo largo de casi 24 horas.
El elenco de actores es de primera categoría, con los reconocidos Isabel Santos, Jorge Perugorría, Fernando Hechevarría, Néstor Jiménez y el debutante Pedro Julio Díaz Ferran. Tanto por la morfología que se emplea en el guión, como por tratarse de una sola locación casi en exclusiva, -a excepción de una cena en la que Cantet se encarga de avivar los recuerdos de algunos acerca de lo ricos que están los frijoles y la yuca cuando los cocina un cubano para familiares y amigos-, puede decirse que éste es un argumento construido tal vez de una manera más propicia para una obra de teatro que para un filme, aunque el cineasta francés resuelve bien tanto la relación de los encuadres con respecto al texto, usando dos cámaras funcionando en simultáneo durante el rodaje, como el ritmo que se requiere para el cine, que suele tener diferencias notables con el que se emplea en las tablas de un escenario teatral.
«Regreso a Ítaca» es una película que si bien nos habla de Cuba, del pasado, presente y futuro con música de Fórmula V, también lo está haciendo sobre sistemas de poder y su repercusión en los ciudadanos comunes, esas personas de a pie que tienen que resolver y procurar avanzar en sus asuntos personales. No es un filme sobre la política sino sobre sus consecuencias ante lo que es una estructura social influenciada por jerarquías, en la que de una forma u otra siempre se acaban introduciendo clichés que condicionan el comportamiento de la gente y que hacen que, por poner un ejemplo, en la Cuba de los años ’60 estuviera oficialmente mal visto escuchar música de los Beatles, o en los ’80 de Guns ‘N Roses.
En 1992 comenzó el «periodo especial», una travesía de 10 años muy duros en la que se constató que los márgenes de una utopía son muy estrechos, mientras que muchos cubanos comenzaron a comprender que gran parte de lo que habían hecho en las décadas anteriores, no iba a servir de mucho en un futuro. Por ese motivo, algunos de ellos decidieron que emigrar al extranjero era la mejor opción.
Leonardo Padura y Cantet definen en el filme a través de un lenguaje cotidiano y de la calle, el dolor que se siente cuando siempre has creído en algo que te han dicho y más tarde eso cambia de repente. El cineasta francés expresaba muy bien lo que significan estas emociones en unas declaraciones que difundía la distribuidora española de la cinta, Golem:
«Se trata más bien de una película en torno a la ira -contaba Cantet-. Todos los personajes tienen la impresión de que les han robado su vida e incluso de que ellos mismos han contribuido a ese robo de una forma u otra; les han traicionado y se han traicionado. En los años setenta tenían la sensación de estar en el centro de una historia en pleno desarrollo, de enfrentarse al mundo, de construir algo que podía funcionar. Cuando hablan del tema, Rada (uno de los personajes) ironiza: “Escribíamos la historia, éramos el faro del mundo…” Incluso para los más críticos del grupo, en esos años reinaba una energía y una confianza que el personaje de Aldo intenta que perdure a pesar de todo, quizá porque es negro y sabe que sin la revolución, ahora estaría limpiando los zapatos a los americanos. Me conmueve cuando dice: “Dejadme creer que todavía creo…” Los demás no comparten esa opinión, pero les queda la energía de la ira».
No es casual que la película se haya filmado en la azotea de un edificio, y éste es un punto de «Regreso a Ítaca» que probablemente entenderá mejor el espectador cubano antes que cualquier otro, porque esas terrazas al aire libre han sido siempre espacios de libertad en los que sortear ciertas rigideces del sistema, ésas que venían dadas y no se podían cuestionar. Laurent Cantet ha rodado siempre películas cargadas de sutilezas en sus textos y ésta es la primera en la que lo que se dice y se cuenta a viva voz es directo y una invitación a despojarse de miedos de cualquier tipo, con sentido del humor, pero también con llanto y enfados de variado origen y significado. Y, por supuesto, siempre es mejor que para hablar de Cuba, hablen los cubanos. Igualmente hay un pequeño espacio en el filme dedicado a las nuevas generaciones de jóvenes, que por un lado no tienen un pasado glorioso que reivindicar y por otro, tampoco imaginan cómo será el futuro.
©José Luis García/Cinestel.com