«El ciudadano ilustre»; la consolidación de Cohn y Duprat

Sección Oficial Venecia
Con «El ciudadano ilustre», película que gustó a la mayor parte de la crítica en Venecia, los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat (El hombre de al lado) consolidan su carrera profesional como directores de cine, no tanto por haber optado al León de Oro, sino que, lo que es más importante, por completar una historia compleja sabiendo alternar distintos géneros.
Como lo hicieron ya en anteriores trabajos, el humor que construyen es producto de la pronunciada incomodidad de situaciones que tienen una cierta violencia contenida. Aquí la risa del público sirve para llenar un vacío que te genera esa situación que uno ni como espectador está preparado para vivirla.
Al mismo tiempo tiene una fuerte carga de crítica social sobre chovinismos y esos nacionalismos mal entendidos que idolatran a alguien reconocido sin saber porqué es exitoso. Risa, incomodidad y humor negro se alternan en esta historia.
Básicamente el relato se centra en Daniel Mantovani (Oscar Martínez), un escritor argentino radicado en Barcelona desde hace muchos años, quien recibe el Premio Nobel de Literatura al principio de la película de manos del Rey de Suecia. Mantovani dejó la Argentina 40 años atrás huyendo de la dictadura, pero cuando en su pueblo se enteran del galardón, lo convocan para nombrarlo Ciudadano Ilustre de la localidad y el intendente del pueblo lo invita a pasar unos días con ese propósito. Tras muchos años fuera, su llegada desencadena una serie de situaciones entre su figura y las personas del lugar, algunas de las cuales llegan a ser ciertamente rocambolescas.
Según dijo Gastón Duprat en Venecia, «esta historia de una celebridad que no volvió a su tierra durante mucho tiempo era tan sólida y tan contundente que permitía sumarle muchas otras ideas que no tienen que ver con esa trama principal, pero que nos interesaba plasmar en la película. Por ejemplo, la idiosincrasia pueblerina versus el cosmopolitismo, la creación artística, qué es ser una celebridad, en qué lugar te coloca, el chauvinismo, el nacionalismo,… Y creo que a pesar de tener el prisma argentino para mostrar esos temas, de ninguna manera se remite solo a Argentina.
Estoy seguro -continúa- de que habrá casos en los países más disímiles de adoración a un ídolo, y que cuando ese ídolo no responde a las expectativas que el propio pueblo se había construido sobre él, lo destruyen. Creo que es patrimonio de todos los lugares».
Quizá los casos más extendidos de pasión por un ídolo se den entre deportistas, no en vano hay en «El ciudadano ilustre» una referencia explícita a Maradona. Al respecto apuntaba Duprat que «está muy presente la idolatría a los futbolistas, que me parece insólita, a los tenistas, que me parece más insólita,… Y en el caso de la idolatría a artistas, se tensiona más la situación porque muchas veces el público idolatra a escritores o artistas y no tiene del todo la vara para medir la calidad de lo que hace esta persona exitosa. En cambio en el deporte lo podemos ver.
Yo soy de Bahía Blanca, de donde hay un premio Nobel de Física o de Medicina, pero no sé exactamente qué es lo que hizo para que le dieran ese reconocimiento. Sé que es premio Nobel, que fue importante y que se le recibió como una celebridad. Pero nadie tiene ni idea hasta el día de hoy de porqué lo ganó».
Cohn y Duprat le exigen al espectador un esfuerzo de observación y ahí es donde el público podrá notar que hay veces que se da el caso de tener que adoptar posiciones y miradas sucesivas que son ambivalentes. En Venecia elogiaron en especial la actuación del protagonista, Oscar Martínez.
©José Luis García/Cinestel.com