«Epifanía», de Oscar Ruiz Navia y Anna Eborn; la memoria y el futuro

Se comenta muchas veces que si tal o cual película es la mirada femenina o masculina de su director, pero ¿por qué no unir ambas en una misma película? La directora sueca Anna Eborn, quien normalmente trabaja desde Dinamarca el documental, unió su esfuerzo con el del realizador colombiano Oscar Ruiz Navia para rodar «Epifanía», una historia en tres partes bien diferenciadas a lo largo del filme, que arranca con la memoria que tienen acerca de sus respectivas madres, para que esa revisión del pasado nos lleve a una reflexión más profunda en torno al significado del paso del tiempo.
Nos guste o no, queramos o no, así es la vida. Nunca llegamos para quedarnos, y por lo menos deberíamos de pensar en garantizar esa continuidad. De una manera implícita, «Epifanía» hace una sutil crítica a la modernidad y apela ya desde un principio, al elemento espiritual, cualquiera que sea su origen.
Aquí el papel de la madre es el punto de partida.
Presentada en la competición colombiana del 57 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, la película tiene una primera parte sumida en el duelo que provoca en una hija la pérdida de su madre, tras haber estado ella tres semanas en un hospital. El hecho de que la historia contenga tres capítulos no significa que cada uno de ellos sea de la autoría de alguno de los dos realizadores, porque ambos afirman haber mezclado trabajos recíprocos durante la totalidad del film.
Lo que les une a los dos es una madre en la ficción. En el filme se ve una o varias, porque podría ser cualquier madre, la misma o muchas haciendo diferentes cosas. Quién sabe. En el primer fragmento la vemos muerta y la hija tiene que viajar en auto hasta encontrarse con el cadáver. Eborn y Ruiz Navia enfatizan en este recorrido inicial lo que es el vacío y la soledad que se siente en una situación tan dolorosa como esa. Igualmente, el tema de la movilidad es el más oculto y sutil de la narración, pero aquí está presente todo el tiempo.
«Epifanía» representa en este punto lo que sería el renacer de la progenitora en los sueños de su hija, haciendo explícito en la película la idea de un diálogo con la fallecida inexistente en la realidad. Esta primera parte de Suecia es la más contenida de las tres, pero tal vez fundamental para llegar a entender por qué es necesario reponerse y recuperar el sentido que la dinámica de la vida impone.
A través de una mezcla impresionante de sonidos selváticos, nos adentramos en un segundo capítulo donde las ganas de vivir se recobran y el ritmo de la supervivencia diaria toma su impulso. Ahora sí que reconocemos a Colombia, en una parte que busca incorporar los ritmos de la naturaleza y la música, la espiritualidad, nuestra relación con el ecosistema y el poder e influencia que tiene la palabra.
Los directores han querido homenajear al menos a dos cineastas que seguramente admiran, con referencias a Carlos Reygadas y sus imágenes con bordes difuminados de «Post Tenebras Lux», y a algunas escenas emblemáticas de «Gloria», de Sebastián Lelio.
Para terminar, el tercer capítulo nos conecta con Canadá. Y si el segundo es el que contiene más elementos de ficción, éste es sin duda el más documental del trío y, a su vez, el más gratificante de los tres. Allí vive una familia de colombianos, una circunstancia perfecta que los realizadores aprovechan para reflexionar sobre el pasado, sus conexiones con el presente y las esperanzas puestas en la continuidad hacia el futuro.
La última escena de «Epifanía» es fundamental en esta película que habla de muerte y de vida, pues además recupera una de las formas de hacer las cosas que quizá no deberían de haberse perdido nunca, tras asumir la gente como bueno en el mundo real ese «sí a todo» que muchas personas identifican con la modernidad.
©José Luis García/Cinestel.com