«Jesús», de Fernando Guzzoni; agresividad y relaciones paternas

Es llamativo que un mismo hecho trágico ocurrido en la vida real haya generado dos películas dispares en muy poco tiempo. Al lanzamiento en Chile de «Nunca vas a estar solo», del debutante en cine (y músico), Alex Anwandter, a la que ya nos referimos en Cinestel con motivo del Fire!! 2016, se le suma a posteriori este otro filme del ya notable realizador chileno Fernando Guzzoni (Carne de perro).
Cada uno de los dos realizadores ha tratado el suceso desde aristas diferentes, pero ambas relacionadas con un vínculo paterno.
Anwandter hablaba sobre el padre de la víctima, y Guzzoni lo hace a propósito del progenitor de uno de los victimarios. «Jesús» es una película que tuvo oportunidad de ser presentada en la sección oficial de San Sebastián y que tiene un atrevido interés en mostrar con rotundidad la que siempre es inadmisible violencia en el mencionado ataque callejero.
Del hecho de que el pop coreano cause furor en Chile ya habían dado fe otras películas de ficción.
Jesús baila con sus amigos en uno de esos grupos de jóvenes y le gusta pasar el rato en los parques públicos de la ciudad de Santiago. El chico es un Ni-Ni (ni estudia ni trabaja). Su madre murió y vive con su padre en un apartamento de la capital, donde pasa sus horas viendo la televisión.
Una noche le confiesa al padre su participación en ese delito irreversible anunciado por los medios (quienes lo atribuían erróneamente a un grupo de chicos nazis). El padre toma parte para ayudar a su hijo. De nuevo, aquí el director vuelve a contar con Alejandro Goic, quien ya protagonizara antes su primera ficción.
Guzzoni explicaba en Donostia que «la película tiene la intención de registrar la crisis de la relación entre este padre y su hijo y cómo este vínculo filial y sanguíneo no necesariamente se traduce en una relación afectiva, amorosa o de contención. Cuando este nexo se ve envuelto en una crisis a través de este hecho radical y extremo -añadía-, ambos personajes tienen que confrontarse y enfrentar esta relación. Ahí es cuando la película comienza a develar que las bases y los cimientos de este vínculo no son tan sólidos, son permeables».
El realizador piensa que «esta relación del padre revela un poco la premisa de que esta figura patriarcal es bastante intermitente o fantasmagórica. Es la que le da la identidad, la que te reconoce, la que te da el apellido, pero también la que te abandona o eventualmente la que te puede traicionar».
«Jesús» mezcla actores profesionales con no actores a partir de una investigación de Guzzoni sobre el mundo de las tribus urbanas, «de esta suerte de submundo que hay en Santiago -contaba en San Sebastián-, que tiene que ver con los chicos que bailan K-pop y con varios jóvenes que se reúnen en parques públicos.
Yo no quería generar una mirada exotista sobre estos chicos y por tanto hice un cruce entre actores y no actores. Fue un ejercicio bien interesante que le dio, yo creo, mayor verosimilitud a la historia».
Sobre el cine chileno y sus directores, Guzzoni decía que cree que «en el último tiempo, los realizadores estamos conectados con la realidad en el más amplio sentido de la palabra. Chile es un país desigual. Chile es un país que entrega mucho material (para el cine), porque en apariencia es una economía resuelta y pujante, pero es una nación con una desigualdad, con una afectación capitalista y con un modelo neoliberal que está muy arraigado.
Eso está comenzando a explotar de infinitas maneras, y yo creo que los realizadores le están tomando el pulso a esa realidad. Me parece interesante que así sea».
«En mi caso, no me interesa lo que plantea la oficialidad. Me interesa abordar un tema, reinterpretarlo y no hacer un ejercicio pedagógico ni periodístico, sino que lo que resulte sea una propia visión y mirada de lo que uno observa».
Guzzoni opina que estos jóvenes no tienen ideología alguna, sino que se reúnen en los parques para tratar de aplacar la soledad que cada uno de ellos siente. «Jesús» es según él un filme que «extrae elementos de esa realidad de forma arbitraria con infinitas licencias de ficción y yo escojo la mirada. En esa dirección, para mí, la víctima era un cuerpo que es utilizado como un juego y que finalmente se convierte en un muerto. Mi reflexión estaba puesta en el victimario, precisamente porque lo que a mí me gatilló esa mirada fue observar que en la prensa se generaba una visión miope y reduccionista sobre un hecho que era infinitamente más profundo y más doloroso».
La película no quiere encasillar a los agresores como homófobos, sino que su director asegura que esos jóvenes que él investigó «tenían carencias afectivas y padecen el contexto de este Chile neoliberal castrador y excluyente. Y en algún momento, esa violencia subterránea y cotidiana, erupta» -concluyó-.
©José Luis García/Cinestel.com