«El Botón de Nácar», de Patricio Guzmán; cordura frente a sinrazón

Estreno en España el viernes 12 de febrero
En el idioma de la etnia yagán no existían las palabras Dios y Policía. Son conceptos que les llegaron a esos nativos del sur de Chile a través de los colonos que ocuparon sus tierras ancestrales en aras del comercio de bienes. El documentalista chileno Patricio Guzmán aborda la segunda parte de la trilogía sobre su querido país, que comenzó con «Nostalgia de la Luz» en el año 2010 y que transcurría en el inmenso desierto que se halla al norte de la nación. «El Botón de Nácar» es el reflejo elegíaco de un asunto tan serio, deplorable y desagradable como es el escaso respeto demostrado por los invasores de tierras hacia los múltiples pueblos originarios y milenarios que las habitaban. Transcurre en el sur de Chile con el hilo conductor de dos botones usados en diferentes épocas y que simbolizan una exhibición de poderío y opresión en distintos momentos de la Historia. Guzmán narra de propia voz y con lirismo aquello que acredita.
El documental asienta su base argumental también en el agua, el líquido esencial para la vida que compartimos con algunos otros planetas del sistema solar como Júpiter y Saturno. Este fluido posee varias conexiones dentro de la película, sobre todo en lo que tiene que ver con el pensamiento, -«la actividad de pensar se parece al agua gracias a su capacidad de amoldarse a todo» (Theodor Schwenk)-, y también con los terribles lanzamientos aéreos de prisioneros políticos en pleno océano durante la dictadura pinochetista, atados y con una viga férrea, hacia los fondos marinos.
En la Patagonia occidental, todos aquellos grupos humanos habían vivido 10 mil años bajo un frío polar y aislados. Con la llegada de los colonos españoles y británicos, su población se redujo en el siglo XVIII a unos ocho mil individuos y hoy en día quedan alrededor de una veintena de sobrevivientes directos, algunos de los cuales aparecen en «El Botón de Nácar». Guzmán explica alguna de las fórmulas que emplearon los invasores para introducir enfermedades a propósito, -en la historia de Jimmy Button el pequeño objeto de nácar le fue regalado por los ingleses-, e igualmente muestra el único botón hallado que estaba adherido a un pedazo de hierro arrojado al mar por el ejército chileno.
Ambas piezas diminutas de nácar simbolizan la lucha contra los abusos de poder e ineludiblemente se asocian de forma indirecta en la película a la figura del presidente Salvador Allende, pues fue el único mandatario chileno que tuvo el decoro de devolver sus tierras a los pueblos aborígenes, incluido el mapuche que en el filme apenas se menciona, aunque se sobreentiende que está incluido en todo el contexto que Patricio Guzmán explica a través de una excelente narración incluida en este guion que fue premiado por el jurado oficial de la Berlinale.
Con un virtuosismo técnico de primera calidad, las excelentes imágenes que acompañan a «El Botón de Nácar» -incluye alguna microscópica y otras subacuáticas-, junto a ese abordaje introductorio y moderador en palabras del maestro chileno del documental, invitan al espectador a reflexionar sobre el tema e inclusive a revisitarlo de vez en cuando.
©José Luis García/Cinestel.com