«El último concierto» con Philip Seymour Hoffman; emociones en un terreno de incertidumbre

Estreno en España.
Unidos por su gran pasión por la música, un cuarteto tiene que hacer frente a uno de los peores momentos de sus veinticinco años de existencia, una dificultad que parece que amenaza con dar por finalizada esa colaboración: el violonchelista de la formación (Christopher Walken) tiene un grave problema de salud que lo va a obligar a estar apartado de su actividad. En este film, los músicos desatan un debate acerca de su futuro a través de exteriorizar sus pasiones, reproches y egoísmos que incluso llegan a poner contra las cuerdas su larga amistad.
Aunque pueda parecer una película sobre la música, lo cierto es que es un film en el que sus cuatro protagonistas principales se han empleado a fondo en el terreno de las emociones con un final conmovedor que hará saltar las lágrimas a más de un espectador. «El último concierto» no solo es la búsqueda de la oportunidad de seguir en ese clima de éxtasis profesional que les proporciona la tarea musical bien hecha sino también de redefinir sus vidas en lo personal para fijarse no solo en lo que han hecho sino también en lo que les hubiera gustado hacer de haber tenido libre su tiempo de ensayos y actuaciones.
Según avanza la historia, nos damos cuenta que el film va adquiriendo cada vez más tintes de drama, la situación de tensión obliga a los miembros del cuarteto que además de compañeros son amigos o familiares, a adoptar posturas que poco tiempo antes nunca habrían imaginado, y la sensación de que el tiempo es efímero y se acaba termina por obligarlos a tomar ciertas acciones impulsivas y poco meditadas pero provocadas por los celos, el egoísmo, las reivindicaciones, los problemas familiares, la soledad, las obsesiones, el adulterio, los romances inesperados y la traición.
Mientras el cuarteto duró, la armonía entre ellos perduró en todos los sentidos, no solo en el musical, pero en el momento en el que uno de sus miembros va a abandonar el grupo, todo se viene abajo y aparece lo que nunca antes surgió. Es evidente que para llegar a formar un cuarteto de cuerda estable se necesitan años de pruebas, ensayos intensos y actuaciones en las que se va a ir definiendo hasta el momento oportuno y la variable de intensidad de cada nota musical. Para mostrar esa cohesión que tiene el grupo forjada durante dos décadas y media, el director Yaron Zilberman eligió una de las piezas más conocidas de Beethoven, el Opus 131 en Do sostenido menor.
La elección de esa pieza no es casual y tiene su significado, pues Beethoven la escribió año y medio antes de morir y posee siete movimientos en lugar de los habituales cuatro. Cada movimiento tiene una forma, una longitud y un tiempo distintos y los escribió seguidos y sin la pausa de costumbre entre ellos (attacca), de modo que los músicos no pueden afinar las piezas entre movimientos y lo tienen que intentar sobre la marcha, toda una metáfora de cuando surgen problemas en la vida y en las relaciones mientras el resto del mundo sigue girando y girando impertérrito.
Además de Hoffman y Walken completan el elenco principal Catherine Keener en un papel muy contenido, e Imogen Poots y Mark Ivanir. Hoffman interpreta a Robert luchando por obtener un primer puesto en el grupo y por su matrimonio y Walken tiene un papel bastante inusual en su carrera pues encarna a un Peter Mitchell amable, culto, tierno y suave al hablar, lejos de sus habituales personajes duros. El rodaje se prolongó durante 27 días en Nueva York.
Con «El último concierto» nos cuestionamos si en verdad sabemos vivir el presente, si reconocemos que el tiempo va cambiando y si nos convencemos de que no se puede luchar en contra de los tiempos de nuestra existencia. Tanto los problemas como la alegrías de la vida siempre nos crean emociones diferentes y eso es lo que han trabajado de manera formidable los actores que aparecen en este filme, que incluso invita a verlo más de una vez por esos matices actorales tan bien desarrollados.
©José Luis García/Cinestel.com