«Un cine en concreto»; entrevista al protagonista Omar José Borcard
Estreno cine Gaumont de Buenos Aires
Omar José Borcard nació 64 años antes de la película en la que es retratado por Luz Ruciello, en Villa Elisa, provincia de Entre Ríos. Su infancia estuvo marcada por la pobreza, en una localidad agrícola en la que el mejor contacto con el exterior era la radio. Más adelante se dedicó a la venta ambulante de periódicos, actividad a través de la cual conseguía algo de dinero que solía dedicar a entrar en el cine del pueblo y fascinarse con las películas que se proyectaban en aquellos años 60 del siglo pasado.
Ya nunca más su existencia estaría separada del cine, pues aunque dedicó 56 años de su vida a trabajar como albañil y a poner una tienda de zapatos, él asegura que gracias a las historias que transmiten las películas es un hombre rico, a pesar de que al mismo tiempo sea pobre económicamente.
«Un cine en concreto» es el filme que revela los términos de su gran acción comunitaria.
Resulta que en 1986, época en la que irrumpieron con fuerza las cintas de video-cassette, aquella sala de cine se cierra, pero Omar se sirve de su profesión como albañil para impulsar un proyecto conmovedor motivado por su propia vocación cinéfila: hacer posible que Villa Elisa volviera a tener un lugar de encuentro y disfrute colectivo de películas. Ideas al respecto no le faltaron y tampoco experiencia construyendo, así que se puso manos a la obra.
«Ahí estaban los chicos de la calle, con el tema de la droga, que también es peligroso, y había que tratar de darles algún lugar de esparcimiento», explica Omar a Cinestel, mientras reconoce que tuvo que dedicar muchos fines de semana hasta tener acabado el local que albergaría la pantalla, las butacas y el proyector.
Omar José Borcard también tuvo que soportar la incomprensión de algunos vecinos que le consideraban un loco porque pensaban que las salas no iban a estar más y que por tanto, construir un cine no tenía sentido ya que ese sano ejercicio común les parecía obsoleto. Pero a medida que él fue luchando contra los obstáculos y dedicando su tiempo de descanso semanal a este proyecto, los reticentes dejaron de llamarle «el loco del cine» y fueron tomando igualmente conciencia de que esta propuesta podía ser posible. De hecho, la inauguración fue un gran acontecimiento en el pueblo.
Omar conseguía las copias de las películas en una distribuidora de Buenos Aires, donde a veces disponían de afiches para engalanar el cine, y cuando no era así contaban con una pizarra que escribían con tiza. La programación consistía en alternar estrenos con filmes clásicos que actualmente están menos disponibles por cuestiones de problemas de conservación.
En nuestros días, la digitalización ha hecho que para algunos estrenos argentinos, Borcard tenga que esperar 4 o 5 meses hasta que el DVD de los filmes está disponible, cuestión con la que no está de acuerdo porque piensa que este tiempo de espera tendría que achicarse a dos meses, con lo cual opina que se reducirían las posibilidades de la piratería.
En su cine cobra una cantidad mínima por la entrada, básicamente para la subsistencia de la sala, e inclusive permite que las familias más carenciadas del pueblo puedan ver películas sin coste cuando lo deseen.
Omar José Borcard responde las preguntas de Cinestel:
– Teniendo claro que su ídolo argentino es Palito Ortega, que procedía al igual que usted de una familia humilde, ¿ha programado en su cine películas de otros iconos como Leonardo Favio o Lucas Demare?
Por supuesto. Palito Ortega es mi ídolo, pero no lo es de todos los espectadores del cine, y si quiero disfrutar de una película de Palito en DVD también la puedo disfrutar a solas en mi casa, o encender el proyector y sentarme solo en el cine a verla.
Yo he exhibido clásicos que son muy pedidos por el público como por ejemplo «Esperando la carroza», que siempre la piden y cada tanto se vuelve a programar. Otras que a mí me encantan y al público también son las de Luisito Sandrini; Cantinflas lo piden, pero es difícil conseguir copias que estén buenas; también las de Demare u otras en las que actuó su hija María José Demare; o «El Santo de la Espada», de Leopoldo Torre Nilsson, donde Evangelina Salazar actuó como la esposa del general San Martín; entre otras muchas.
Me gustan películas españolas inolvidables como la de «No es bueno que el hombre esté solo», de Pedro Olea, que la he buscado y nunca la pude conseguir, y sobre la cual, hasta el final cuando la vi no me pude enterar qué es lo que pasaba con esa mujer que el protagonista peinaba y cuidaba tanto.
– ¿Y ha llegado a proyectar, por ejemplo, películas de ciencia ficción en su cine?
Se han exhibido algunas, aunque a mí no me gustan, pero el cine no es para mí, sino que para la gente. Hay otras obras como las de terror que no caminan mucho acá. Y lo que mejor anda son películas como «Rápidos y furiosos», a cuyas proyecciones va mucha adolescencia y chicos también. Este tipo de película, entre las que incluyo «Relatos Salvajes», son las que te van salvando para ir sosteniéndolo, porque la venta de entradas para filmes con varias funciones es lo que te permite seguir con el cine durante una temporada.
– En paralelo a eso, ¿cree que al público en general le atraen más las comedias que el drama?
A mí el drama me gusta mucho, pero en estos pequeños pueblos tienden más hacia las películas para pasar el tiempo o para reír. Yo prefiero que un film me conmueva y que me deje en la historia algo para reflexionar. Películas como «Pasante de moda», de Nancy Meyers, son fantásticas; o las que filmó Federico Luppi en coproducciones con España, películas excelentes; son ese tipo de obras que a mí me gustan muchísimo y al público también le gustan. Pero igualmente hay personas que dicen que si no les divierten las películas, no van al cine.
– Volviendo a sus orígenes, ¿cuando usted era joven, la televisión mató al cine?
La televisión sí mató un poco al cine porque fue el inicio de que la gente cada vez se aísle más. La gente se comunica cada vez menos y de hecho yo tenía un programa de radio en el que les decía a los oyentes que por qué no me llamaban, ya que para mí el mensaje de solamente una edición musical era bastante frío, mientras que la voz de una persona que te pida escuchar un tema y charlar un poquito era muy lindo.
– Y con el arribo de tecnologías digitales como el DCP, se requiere una inversión inicial importante. ¿Cómo afecta esta circunstancia a pequeñas salas como la suya?
En principio yo tenía un proyector de 1928 que me había donado un cura párroco de la zona y funcionaba en 35mm. Pero eso quedó de lado porque ya no salen acá las películas en ese formato, por lo que ahora tenemos un EPSON digital, además de otro proyector que es 3D pero que no lo podemos hacer caminar porque necesitaríamos una pantalla 3D, y debido a mi situación económica eso está muy complicado de conseguir.
Es más, este año tenía serios problemas para arrancar con la temporada por la crisis que hay en Argentina, y los vecinos de mi barrio me ofrecían cositas livianas como pintar una puerta o barnizar alguna madera, y con eso fui juntando un dinerito para poder hacer la temporada, ya que yo la albañilería hace muchos años que la dejé por discapacidad de la columna vertebral.
«Las películas en tu casa las ves y en el cine las vivís»
– ¿Usted qué diferencias encuentra entre la experiencia colectiva de una sala como la de Villa Elisa y el hecho de que mucha gente pueda ver cine por internet e inclusive a través del celular? Es una diferencia abismal, ¿no es así?
En ese programa de radio que producía, cuando promocionaba las películas yo tenía un eslogan que creo que va a contestar tu pregunta. Después de explicar la programación de la sala les decía a los oyentes: ¡Velas en tu casa o vivilas en el cine! Porque yo creo que en tu casa las ves y en el cine las vivís.
– Así es. Son hábitos muy distintos. ¿Y conoce a alguien que haya hecho una experiencia como la suya en otra localidad argentina?
Hasta ahora no, porque en una localidad vecina (a 26km de Villa Elisa) había un señor que estaba en eso de construir una sala para lo que había contratado a un albañil, pero hace poco estuve hablando con él y estaba funcionando como teatro porque le parecía que con el cine no le iban a dar los números debido a que están muy caros los equipos. Y después hubo otro señor de una localidad más alejada que decía que iba a construir en un altillo, pero nunca lo hizo.
Cuando estuvimos en el Festival de Lima con la película, los chicos y chicas jóvenes me preguntaban cómo hacer si tenían un sueño de este tipo para llevarlo adelante, y yo les respondía que para hacerlo tenés que empezarlo, porque si no vas a comenzar, no lo vas a hacer. Ése es el tema, porque muchas veces se dice que sería lindo, pero en realidad es que si te lo propones, hay que hacerlo y si sos una persona de palabra y prometiste algo, hay que seguir, porque no puede ser que defraudes a la gente.
– Hay un momento de «Un cine en concreto» que es un encuentro con los receptores de esta iniciativa; el público. ¿Todo lo que usted ha hecho con este cine es para ellos?
Por supuesto, porque hay gente que va a bailar, o a la cancha o al teatro, pero el que le gusta el cine tiene que tener la opción, sin importar cuántos son, pocos o muchos, pero que ellos tengan la posibilidad de ir a un cine. Y yo soy de los que creen que todos los pueblos, por pequeños que sean, tendrían que tener una sala.
Para mí fue un sacrilegio ver un día cómo una distribuidora de cine tiraba los rollos de película, porque decían que se abarrotaban en un almacén y ya no había lugar para guardarlas. Ellos mezclaban las latas para que la gente no se armara de las películas, y las tiraban. Yo no entendí esta actitud cuando en cada pueblo podría haber un cine y podrían dárselas a bajo costo para que las puedan exhibir, porque primero las películas se hacen para que se vean, no se hacen para que queden guardadas en un pendrive o en un DVD o Blurai. Y segundo, porque no se deben de perder las raíces. Cada pueblo tiene que tener su cine, su espacio cultural.
©José Luis García/Cinestel.com