«La voz de los silenciados» de Maximon Monihan; la esclavitud moderna en Nueva York

Sería necesaria una mayor puesta de atención en aquellas películas que algunos realizadores independientes de los Estados Unidos logran terminar y exhibir en muestras y festivales. Maximón Monihan, nacido en Seattle pero residente en Brooklyn, presentó en el Festival de Tesalónica un drama basado en hechos reales sobre lo que les ocurrió a algunos emigrantes guatemaltecos sordomudos que ingresaron en el país y fueron obligados a trabajar como mendigos pidiendo dinero en el sórdido suburbano neoyorkino.
El film tiene una pequeña parte en color pero casi todo es en blanco y negro. Un complot maníaco parece haberse apoderado de los personajes, chicos y chicas engañados en Guatemala con la falsa promesa de que en los Estados Unidos tendrían un trabajo digno. Cuando llegan a la ciudad de los rascacielos son forzados a trabajar en el ferrocarril subterráneo pidiendo limosna con unos cartelitos escritos a cambio de la entrega de unas baratijas a los pasajeros y con sus explotadores exigiéndoles un mínimo de ganancias diario.
«La voz de los silenciados» sigue a Olga en ese sistema cruel y atroz, una pesadilla sobre la que intenta escapar pero en la que se encuentra atrapada. El film muestra la realidad más dramática con los deseos de libertad expresados a través de un pingüino de peluche y la amenaza que la banda realiza respecto a la integridad de sus familiares en Centroamérica. La acción de la película es rutinaria y repetitiva pero siempre con pequeñas acciones que contienen la esperanza de salir de ese embrollo en el que se encuentra.
EL DIRECTOR ESCRIBE SOBRE LA PELÍCULA
Durante años me había estado fijando en las personas sordas que venden baratijas en el metro. En un Nueva York sobrecargado con la actuación constante y cara a cara de la mendicidad, mis interacciones con los vendedores sordos de baratijas fueron in crescendo. Una persona ponía una baratija a tu lado y confiaba en que cuando volvía desde el otro extremo del tren, habrías leído la nota escrita en la que ponía: «Soy sordo. Vendiendo esto por un dólar pagas para mi educación. Por favor, ayúdame. Dios te bendiga». Para entonces, tú habrías decidido si ofrecerle un dólar o ignorarlo. A diferencia de otros mendigos, los vendedores de baratijas no miraban a la gente a los ojos, y lo hacían conscientemente para evitar invadir el espacio personal de alguien.
En 1997, el departamento de policía de Nueva York descubrió lo que realmente estaba pasando detrás de esa operación ilícita y entonces se puso en conocimiento del público que los vendedores de baratijas eran esclavos de un sindicato del crimen internacional. Ellos habían sido atraídos a los Estados Unidos de manera fraudulenta y obligados a hacer esto tan desmoralizante, un trabajo repetitivo. De hecho, todos ellos eran sordos pero esa era la única parte de su rutina que era cierta.
La esclavitud diaria moderna tenía lugar en la ciudad más grande de la «tierra de la libertad», estaba justo delante de nosotros y nadie la había podido reconocer. Leí esta historia en los periódicos y me obsesioné con contársela al público. Esa noticia se publicó y se olvidó en el medio de una semana ajetreada, pero yo no lo hice. Permanecí en esa historia que en mi opinión es una alegoría perfecta sobre la codicia humana.
Más de una década después, esta película de ficción se ha hecho por fin realidad y está ante el público. Yo quería hacer algo desafiante y cinematográficamente único. Por supuesto que las películas mudas son la forma más antigua, pero yo quería hacer un silencio moderno, no un pastiche o un homenaje a la época dorada del cine, y tampoco un truco para representar la sordera.
«La voz de los silenciados» es una película muda completamente integrada, con una vibración sonora, bajo el diseño de sonido de frecuencia que coloca al espectador en el interior de la mente de Olga. Contar esta historia en su lenguaje fue la fuerza impulsora de este filme. *Maximón Monihan