«Whiplash» de Damien Chazelle; hiperambiciosa y violenta obsesión

Una de las mejores virtudes del cine es la capacidad que tiene de mostrarnos algunas veces de una manera abierta pero sin moralinas ni moralejas cómo no se deberían de hacer ciertas cosas. «Whiplash» es una película que tiene esa potencia y capacidad porque asombra, disgusta y casi le está dando una ligera puntada de pie al espectador, -en consonancia con su contenido-, para observar y meditar a través de una construcción narrativa irreprochable ciertos comportamientos humanos cuyo contexto general es ilógico y discordante, viciado ya desde un principio. Este gran filme del estadounidense Damien Chazelle nos presenta un protagonista principal obsesionado con alcanzar fama y reconocimiento a cualquier precio.
Andrew Neiman (Miles Teller) es un joven de 19 años que se siente atraído desde muy pequeño por ser baterista de jazz, pero cuya mayor intención no es meramente la de satisfacer sus inquietudes y gustos por un tipo de música que tiene un amplio número de seguidores, sino que el centro de su pensamiento es adquirir la perfección que lo llevará hasta la fama que esa actividad le pueda proporcionar. Así por ejemplo, Charlie Parker es para él una estrella ineludible cuya popularidad quiere llegar a alcanzar.
Si bien en un principio esa parte suya está algo dormida, al pasar a ingresar en las clases de un maestro con irreverentes métodos de enseñanza en un elitista conservatorio de música, poco a poco avanzará en una espiral que parece insoportable pero que andará progresivamente avivando sus sueños de grandeza mientras irá perdiendo otras oportunidades a las que deberá renunciar.
El actor J.K. Simmons interpreta con dureza al «instructor» musical Terence Fetcher, un tipo claramente ofensivo y manipulador que trata de inculcar a sus alumnos un retorcido concepto de competitividad que nada tiene que ver con el mundo de la música, donde justamente la armonía de las notas se consigue a través de intentar cohesionar al grupo en un trabajo colaborativo, en vez de alterándolo o humillando a sus miembros por la vía de usar un lenguaje fuerte y burlándose con constantes referencias sexuales.
Con clima y ritmo narrativo adecuado, Damien Chazelle atina y da en el clavo en su descripción de ese mundo tenso y turbador, ayudado por unas convincentes actuaciones en especial la del profesor y la del chico, Andrew, que se relaciona con su batería mejor de lo que se relaciona con los seres humanos, carece de amigos y asiste al cine a ver películas con su padre. Otro punto más a favor del filme es el tratamiento del sonido, fundamental ya que se trata de una historia alrededor de la música. Aquí la sonoridad de las notas tiene la preeminencia y está claramente diferenciada en su calidad de la de las voces de los actores, al menos en la versión original.
«Whiplash» es un título cuyo significado procede de la onomatopeya en inglés de ‘latigazo’, muy oportuno y apto para esta historia de un maestro cruel y despiadado que hiere con sadismo y violencia a sus alumnos, pero que ellos ahí continúan en el convencimiento de que ese trato denigrante los va a reportar algún beneficio de fama o prestigio. Por cierto que Chazelle se cuidó muy mucho de que los humillados no fueran de piel morena, que son mayoría en ese grupo, para evitar interpretaciones no deseadas entre el público.
La película nos muestra los peligros de imaginar la fama desde la obsesión y el fanatismo, aceptando o utilizando métodos exagerados o violentos. ¿Fletcher se comporta así porque cree que está motivando a los chicos o porque es un atormentado? ¿Piensa Andrew que el sacrificio descomunal merece la pena para alcanzar la gloria de la popularidad? ¿El fin justifica los medios? Son preguntas cuyas respuestas cada uno hallará al finalizar de ver «Whiplash».
©José Luis García/Cinestel.com