«Verano 1993», de Carla Simón; una infancia adaptada a lo que pasó

Estrenada en España
Al margen de los reconocimientos que a nivel internacional ha logrado esta película desde su estreno en la Berlinale con numerosos premios posteriores, hay que decir que «Verano 1993» (Estiu 1993) es una historia conmovedora que traslada a la pantalla la experiencia personal de su directora, cuya infancia estuvo influenciada por el doble episodio trágico del fallecimiento de sus padres biológicos, consumidores habituales de heroína, que murieron por las consecuencias de ser portadores del retrovirus VIH.
Sus abuelos vivían en Badalona y la familia decidió trasladar a aquella niña de 6 años a vivir con sus tíos Esteve (David Verdaguer) y Marga (Bruna Cusí), y con su prima Anna (Paula Robles), que habitaban una masía en la comarca de La Garrotxa. Frida (Laia Artigas) sería en esta ficción el nombre de la protagonista, quien encarna para el cine las sensaciones y vivencias reales de la realizadora.
Obviar toda la parte amarga y penosa que supuso el progresivo deterioro físico de sus primeros padres se releva como todo un acierto, pues el filme comienza justo en el momento en el que Frida se traslada a su nuevo hogar para tener que comenzar a vivir, en el verano de 1993, con su nueva familia formada por los tíos, ahora padres, y la prima, ahora hermana.
El hecho curioso es que no se ha incorporado un bebé a la familia, sino una niña de 6 años, y eso genera cierto extrañamiento inicial en la relación, pues Frida tendrá que buscar y encontrar su lugar en ese contexto completamente nuevo para ella. Ciertos recelos de la joven motivados por la angustia y la búsqueda de un rol dentro del grupo no faltan, pero también es cierto que las escenas de ternura e incluso alguna cómica se dan a lo largo de la historia.
Carla Simón configuró el guion a base de recuerdos propios de aquella época y «Estiu 1993» es una película que felizmente se fundamenta mucho en los detalles y en las sensaciones personales de su protagonista, que ocupa la totalidad del relato. Aquí están los juegos entre niños, las preguntas típicas de esa edad y algunos gestos muy reconocibles, así como el papel esencial que tienen los abuelos, ahora ausentes, pero que sin duda son la piedra angular sobre la que se asienta la posibilidad de renacer de la niña y de desarrollar sus deseos de vivir a medida que se pudiera ir adaptando a ese entorno nuevo para ella, tan alejado de lo urbano, en ese pueblo llamado Les Planes d’Hostoles.
Su ubicación personal y la necesidad de comprender cómo funciona todo lo que le rodea en un ambiente tan distinto como el rural, figuran también en esta crónica de un proceso personal en el que, partiendo desde el dolor de la pérdida, se haría necesario reinventarse y obligatorio pasar página. La escena final de esta película es tremenda e intensa, pero al mismo tiempo sanadora y reconstituyente.
©José Luis García/Cinestel.com
La mirada de Carla Simón en los trabajos anteriores a «Verano 1993»