«Café (Cantos de Humo)» de Hatuey Viveros; dignidad y compromiso

La identidad y los lazos familiares están tratados con esmero técnico y narrativo en esta incursión documental del mexicano Hatuey Viveros Lavielle en la que mezcla espiritualidad, tradición, supervivencia, fraternidad y adhesión a unos principios básicos como puntos fundamentales para readaptarse constantemente a lo que ha de venir e incluso a lo que ya se tiene delante de los ojos. «Café (Cantos de Humo)» muestra las relaciones de Jorge con su comunidad náhuatl ubicada en la Sierra de Puebla. La película participó en el Festival Visions du Reel de Suiza donde obtuvo el premio principal y una mención honorífica del jurado interreligioso.
Este año, el protagonista termina de estudiar Derecho y piensa en salir en busca de su desarrollo profesional. Sin embargo, sabe que eso implica dejar atrás a su familia y a la comunidad a la que ha tratado de ayudar. Jorge ha decidido esperar a que toda la familia se reúna, tal como lo marca la tradición, en el segundo aniversario luctuoso de su padre para tomar una decisión.
El documental contiene tres áreas diferenciadas. En la primera vemos cómo se desenvuelve la vida desde una dimensión rural entre familias que viven de la plantación del café, con Tere, la madre, como motor principal. Más tarde conoceremos el avance del chico en sus estudios universitarios, y además, lo que le sucede a la hermana de Jorge cuando se queda embarazada y tiene que decidir si continúa estudiando, al igual que su hermano, o si se va a la gran capital donde es legal abortar. Este planteamiento de Rosario genera un gran debate en la familia, pues en ese ambiente rural no está bien visto el aborto.
Viveros nos muestra una imagen de gran calidad y con frecuencia nos acerca a pequeños detalles, a veces lindos y bellos, que tienen relación con aquello que los miembros de la familia están haciendo. Como espectador se agradece que en este caso el director no nos condicione con esas imágenes en nuestras opiniones, sino que lo haga para reforzar los elementos de juicio para que lleguemos a nuestras propias conclusiones.
«Café (Cantos de Humo)» es una película en la que los detalles cuentan. Desde la lápida manuscrita del padre fallecido, la radio que se oye, hasta el tueste artesanal de granos de café mustios; todo tiene un significado. El director mexicano también emplea la táctica de alejarnos el sonido de una conversación cuando quiere aproximarnos a otra de las realidades de la casa. Con ello, modifica nuestra percepción de ritmo lento y repetitivo, dándole oportunidad a los cambios repentinos y, lo que es más importante, jugando eficazmente con el factor de lo impredecible. Parece que este punto fue casual porque el director desconoce la lengua autóctona.
Hatuey Viveros ha contado para este filme con la gran ventaja de que conocía a la familia protagonista. Los hijos, Jorge y Rosario, tienen que asumir decisiones importantes en sus vidas sin dejar de venerar la memoria de su padre Antonio, quien precisamente fue un gran amigo del padre del cineasta. Precisamente, esa cercanía con ellos fue muy importante para todo el proceso.
Del realizador sigue todavía inédita en Cataluña su anterior película de ficción, «Mi universo en minúsculas», protagonizada por la reusense Aida Folch, que interpreta a una catalana que decide emigrar a Ciudad de México. Entre tanto, fungió como camarógrafo en el documental del director Adrián Ortiz Maciel, «Elevador», dando buena muestra de ese talento suyo tan ambivalente, en este caso metido la mayor parte del tiempo dentro de una cápsula de elevador (en España, ascensor).
El filme de Ortiz Maciel da imagen y testimonia de qué manera en los elevadores transcurre fugazmente la vida de los moradores y empleados del complejo multifamiliar de edificios dormitorio más antiguo de América Latina. En la pequeña caja de metal se apretujan los cuerpos y las historias ante la mirada de los elevadoristas, espectadores, guardianes y confidentes; los pacientes conocedores de la historia viva del conjunto de los inmuebles.
La película es muy hábil tanto en su concepción como en su desarrollo. Comienza haciendo un repaso a la historia de esos bloques de departamentos que fueron cedidos a trabajadores sindicales, para pasar a su situación actual, muy distinta de la de sus orígenes. Viveros ahí combina como camarógrafo imágenes de los usuarios del elevador desde muy distintos puntos de rodaje, pese al reducido espacio. En algunos casos, se dedicó a filmar los pies de los ocupantes y mientras los oímos hablar, nos hacemos una idea de cómo pueden ser físicamente.
Adrián Ortiz Maciel tuvo en «Elevador» el gran acierto de proporcionarnos, no solo las peculiaridades de los vecinos con sus diálogos recurrentes, sino también las de los empleados que suben y bajan en los elevadores para asegurar su servicio.
©José Luis García/Cinestel.com