Entrevista a Franco Verdoia y Pablo Bardauil sobre «La Vida Después»
Aquello que imaginamos, ¿es tan sólo ficción o de alguna manera va poco a poco condicionando nuestra realidad? Esta parece ser la pregunta clave en las dos películas que hasta ahora han rodado Pablo Bardauil y Franco Verdoia, y eso que ambas son bien diferentes en su concepto general. Tras la original e insólita «Chile 672», en «La Vida Después» ambos realizadores se acercan bastante a unos sentimientos que muchos espectadores reconocerán en primera persona, porque se corresponden a momentos de especial extrañamiento que siempre ocurren cuando una pareja se rompe y las preguntas y dudas te empiezan a rondar en la cabeza. Se trata pues, de una historia más reconocible que la anterior pero nada previsible, en la que cada uno comienza a tener sospechas sobre la vida que está llevando el otro tras la separación. Verdoia y Bardauil, en entrevista para Cinestel, nos proporcionan cada uno su respectivo punto de vista.
Pablo Bardauil: Como guionista, lo que no hay de invención es el punto de partida, aunque ficción es todo. El guión de la película arranca a partir de la experiencia mía de separación. Yo me separo después de varios años de convivencia, y a partir de ahí y de otras situaciones de quiebre que veía en parejas que estaban cerca mío, me surgió la idea de escribir algo sobre un matrimonio que se rompe porque a mí lo que me llamaba la atención era cómo es que matrimonios que habían estado tanto tiempo juntos, de pronto se disolvían, y esa persona con la que habías convivido, de repente comenzaba como a transformarse a la vista de uno en una especie de extraño. Me interesaba cómo cada ex-pareja va construyendo después lo que cree que va haciendo el otro.
A mí me pasaba que yo tenía referencias por lo que me comentaban los demás de lo que iba haciendo mi mujer, y un poco uno va imaginando qué va haciendo la persona que estaba con vos, cómo va siguiendo su vida, cómo se las va arreglando para salir adelante, con qué amigos se vincula,… Y eso va dando lugar a toda una idea medio de fantasía respecto de en qué está el otro que forma parte de un proceso de extrañamiento.
Me parecía un punto de partida ficcional interesante, y la primera idea original era construir una película de un matrimonio que se separa, partirla en dos, dividirla en dos mitades y contrastarla en dos puntos de vista, el del marido primero y el de la mujer después. Esa idea fue básicamente la que le conté a Franco de entrada, antes de que fuera un guión, y a él le interesó porque le pareció que ahí había un material rico, interesante para explorar.
Franco Verdoia: Nosotros veníamos de la experiencia anterior de «Chile 672», y luego de ese proyecto empezamos a trabajar en otro que se llamaba «El Castillo Inflable», con una estructura de relato coral bastante ambiciosa, pero nos encontramos con muchas dificultades a la hora de conseguir financiación porque era una película muy cara.
Viendo que se dilataba la posibilidad de materializar ese nuevo proyecto, empezamos a pensar en una historia más pequeña y ahí nace esta idea. A partir de la experiencia personal de Pablo pensamos que podía ser perfecto con menos actores, con dos personajes, centrado en la intimidad de esa relación, lo que nos permitió también generar un proyecto posible y adecuado al tipo de financiación del que podíamos llegar a disponer. Nosotros queríamos filmar desde un punto de vista realista a nuestras posibilidades de producción.
– ¿Cómo desarrollasteis esa textura de color tan singular que tiene «La Vida Después»?
Franco: En los últimos años, y después de la primera experiencia nuestra en cine, me surgieron distintos trabajos como director publicitario. Eso fue un poco moldeando la mirada y construyendo en mí un sentido si se quiere más detallista, más preciosista. Entonces hay algo que yo tenía ganas de explorar y que le traía a Pablo para compartir, que tenía que ver tal vez con una puesta más minuciosa y rigurosa donde, habiendo hecho un «Chile 672» muy concentrados en los actores dentro de un código experimental en donde estábamos los dos un poco jugando a hacer cine, ante la realidad de que ninguno de nosotros había tenido una experiencia anterior, acá con un poco más de entrenamiento, yo tenía ganas de que pudiésemos los dos concentrar no solamente nuestra mirada en los actores, que siempre fue nuestra puerta de ingreso a la creación, sino también en el lenguaje visual.
Ahí fue que junto con la directora de arte que fue Cristina Nigro y el director de fotografía Jorge Dumitre, comenzamos a compartir experiencias, a imaginar esa atmósfera que finalmente resultó y que tenía por delante muchos desafíos. Por un lado, encontrar el tono, el color, el clima de esta historia. Pensamos que el otoño y la circunstancia otoñal era una atmósfera que le iba a sentar muy bien. Después había dos puntos fuertes más; uno tenía que ver con los espacios como narradores de este movimiento emocional de los personajes, que están armados de una determinada manera y se van desarmando y se vuelve a armar en otro lugar de otra manera. Esa transformación espacial también representaba un desafío estético. Y por último, el otro punto también fuerte tenía que ver en cómo narrábamos los límites entre lo imaginado y lo real, entre lo que sucedía y la subjetividad de cada uno de ellos. Entonces también ahí hubo una búsqueda bastante pensada, peleada y discutida acerca del cuál era la mejor manera de confrontar o de disimular estos dos universos. Creo que fuimos por el camino de tratar de borrar esos límites, de que no estuviese tan claro en cuáles eran esos momentos en los que estábamos de alguna manera habitando la subjetividad de cada uno de ellos, y cuáles son esos momentos en los que indudablemente transcurre la vida.
Trabajamos mucho en la composición viendo referencias. Nos gustaba mucho la textura y la paleta de colores en la película «Interiores» de Woody Allen, que por cierto es el único drama que hizo, con un clima bastante particular. Después François Ozon también hacía una propuesta interesante de poner en valor cierta ambigüedad, y eso queríamos que nuestra película también lo tuviera. Igual con Haneke. Son inspiradores de cómo mirar nuestra propia historia, a partir de cómo ellos desplegaban determinados procedimientos desde la cámara y desde la luz.
– La imaginación más desbordante se intuye que está en el personaje de Carlos Belloso que parece que lo está asfixiando anímicamente.
Pablo: Es cierto que la fantasía emerge más bien al principio. En Juana también surge en un momento en que está leyendo una novela que él escribió, pero también es verdad que en la parte de ella, la película gira un poco desde el fantástico al policial, aunque la fantasía también aparece.
– Ambos protagonistas están estupendos en su actuación. Sin embargo hay gente que a Carlos Belloso se lo imagina en otro tipo de papeles. ¿Crees que esto puede ser algún handicap a la hora de cuando se estrene la película?
Pablo: Yo creo que sí. Generalmente los personajes que suele hacer Carlos son papeles donde la composición es muy importante. Es más, de entrada nosotros habíamos pensado más bien en María Onetto y cuando conversamos fue ella la que nos sugirió pensar en Carlos, porque él estaba muy deseoso de hacer películas en donde no solamente dependiera de una composición, sino donde pudiera desarrollar un trabajo más interno. Entonces, desde ese punto de vista fue un desafío bastante importante para nosotros y para él hacer un personaje alejado del tipo de cosas que hace normalmente. Y yo creo que el resultado fue muy bueno. El proceso de ensayos previo fue bastante extenso. Estuvimos más de un mes ensayando previamente antes de empezar a rodar con muy positivo resultado.
Franco: Evidentemente, su personaje apuntaba a otro tipo de abordaje o de construcción de su imagen y de sus emociones. Tal vez una propuesta que era mucho más austera y precisa que la composición. Carlos es un gran actor de teatro. Me acuerdo que por esa época cuando teníamos que hablar con él para ofrecerle el papel, yo lo fui a ver a una obra de teatro que estaba haciendo y era impresionante, porque componía unos monstruos en escena rarísimos y pensé que eso se alejaba mucho de lo que iba a ser Juan. Él es un actor muy virtuoso en lo que es composición física. Hacía unas cosas con el cuerpo que no se podía creer, de mucho virtuosismo, pero en las antípodas de lo que aquí tenía que proponer, y la verdad que tanto María como Carlos hicieron un trabajo de mucha entrega, como de mucha docilidad al mismo tiempo.
– La premiere de la película se dio en el Bafici. ¿Cuáles fueron los comentarios del público?
Franco: Pues un poco los comentarios fueron que es una película que propone un guión que desconcierta, sorprende, y parte de un aparente lugar común. Uno piensa que se va a sentar a ver un drama de separación y la película deviene en un montón de zonas que como es la historia, el espectador no se las espera; entonces eso hace que el público tenga un rol muy activo durante la proyección.
Pablo: Sí, porque la película va dando varios puntos de giro. No es que se queda en algo contemplativo sino que van sucediendo cosas. Es una película breve, -estamos hablando de 77 minutos-, y en la que todo el tiempo van sucediendo cosas y es cierto que a veces, como muchas de esas cosas van y vienen en la realidad y en la fantasía, hay que estar muy atento para no perderse.
– El final abierto a mí me parece lógico por cuanto la vida siempre continúa.
Franco: El espectador va a poder tratar de armar su propio relato a partir de lo que uno arroja como escenas y como subjetividad. Me parece que hacia el final la propuesta es bastante abierta y eso también genera un poco de angustia en el público, sobre todo el que está más acostumbrado a un final tipo «y comieron perdices y fueron felices», en el que se resuelvan las cosas.
Pablo: La película está haciendo una apuesta a activar la participación del espectador y a no cerrar todo, y eso es lo que puede producir angustia. En la vida sólo hay una conclusión que es la muerte, pero las cosas no se cierran, siempre están abiertas.
Franco: Lo cual no quiere decir que la película sea de una abstracción permanente. Es muy concreto lo que sucede y lo que va pasando, y por ahí las cosas no son tan determinantes como blanco o negro, sino más bien en zonas grises.
Enlace a nuestra crítica de la película, aquí.
©José Luis García/Cinestel.com