«No» de Pablo Larraín, y cómo hacer atractiva la negación

A algunos les da miedo decir no y a muchos más escucharlo porque es un adverbio que contiene tantas connotaciones negativas que a nadie le gusta. Por eso intentar ganar un plebiscito en el que tienes que poner todo tu empeño y ahínco en convencer a la gente para que aparte por un día su miedo al no y vote tranquilamente en favor de aquello que positivamente piensa, se convirtió en toda una hazaña.
Ocurrió de verdad en Chile cuando en 1988 los seguidores del dictador Pinochet, entonces en el poder, ceden ante la presión internacional y convocan un referéndum que pretendían ganar para prolongar ocho años más la dictadura del general.
La Concertación de Partidos por el No, creada para la ocasión y que después continuaría existiendo y gobernando unos veinte años en el país, tuvo ante sí el reto de que el No ganara en paralelo a la necesidad de evitar a toda costa un fraude electoral en los comicios.
La campaña publicitaria fue clave para la victoria final de los demócratas. Eugenio García se llamaba en la realidad el publicista chileno que logró tal proeza. En «No», Pablo Larraín ha cambiado esa identidad por la de René Saavedra porque así se llama el personaje de la obra de teatro de Skármeta en la que se basa la película que hábilmente confronta los deseos de libertad de mucha gente con el uso del engaño que suele hacer la publicidad siendo una muestra de lo que el director denomina «la consolidación del capitalismo como único sistema posible en Chile».
Viendo actuar al mexicano Gael García Bernal uno se da cuenta de que parece un personaje escrito para él. Su adopción del acento chileno es admirable en ese papel que simboliza el despertar político de una persona aparentemente apolítica. Sobre su evolución, el actor decía que «el rito de paso a la madurez es recurrente en el ser humano; surge siempre y cuando nos demos cuenta de que podemos cambiar las cosas».
©José Luis García/Cinestel.com
Artículo publicado con motivo de su premio en Cannes, aquí.