«Zama» en Venecia: Lucrecia Martel reflexiona acerca de su película

Tras demoras largas en exceso para lo que acostumbra a ser un proyecto de cine, inclusive para los tan ambiciosos como éste, por fin «Zama» tuvo su estreno mundial en el marco de la 74 Mostra Internacional de Cine de Venecia de este año 2017.
Para Lucrecia Martel, al pasado también se le puede observar en el cine con la misma irreverencia con que se hace en el caso del futuro. Y ésa fue la idea principal sobre la que la cineasta argentina propuso esta historia: no hubo pretensiones historicistas en su planteamiento de base, sino que lo que la directora dice que quiso plasmar al adaptar la novela homónima de Antonio di Benedetto, es que se evidenciara su punto de vista de que existe un pasado del continente americano que, si nos atenemos tal cual a las crónicas históricas, es bastante borroso y confuso, y que en ese abismo se halla una encrucijada por la propia identidad.
Contaminación e identidad
Durante la presentación en Venecia, Martel reveló que en un principio se había sentido «contaminada» por esta historia, y que la única forma de salir de ello era haciendo la película, empleando los caminos habituales de todo espacio cultural, que lo que siempre hacen es crear comunidad.
«A mí lo que me afectó de Zama no es tanto la espera de su protagonista, sino la cárcel que es la identidad», reconoció la cineasta ante los numerosos medios interesados en el filme. Para ella, «la identidad es un mal que hemos inventado hace ya no sé cuanto tiempo, y esa locura del individuo como si fuese un beneficio psicológico (quizá un beneficio para que haya terapeutas), yo creo que es una cárcel, y que cualquier cosa que a un organismo vivo lo vuelva rígido, lo amenaza de muerte. Me parece que Zama es una excelente oportunidad para pensar sobre eso».
Paisaje y elementos estéticos
Siendo la novela original un soliloquio del protagonista, Don Diego de Zama, quien narra estos hechos en primera persona, y al crear Di Benedetto una obra escrita que no se detiene en grandes descripciones sobre la naturaleza, salvo en algún que otro pequeño apunte en el que se la califica como sobrecogedora, Lucrecia Martel buscó que ese elemento tan importante en la narración diese una imagen desconocida para un continente que ella considera vasto e incógnito, y entonces lo primero que pensó fue que había que filmar en un lugar que fuera difícil e inhóspito.
De hecho, varias piezas de la dirección de arte que son clásicas en este tipo de narrativa cinematográfica, como son el fuego, las velas, la oscuridad o los claroscuros, fueron definitivamente eliminadas del proyecto para alejarse de algunas cosas con las que habitualmente se retrata el pasado en el cine, pero dejando aquellas que se consideraron más esenciales para acompañar el relato, como puede ser el vestuario o los utensilios más comunes del periodo que había que representar.
«Nos parecía que toda vez que hubiese ausencia de cosas que fácilmente nos remitieran al pasado, nos iba a obligar a pensar mejor sobre ese pasado, -contaba Martel en Venecia-. De hecho, en una escena concreta, apenas apareció una llamita porque se estaban quemando unas cosas, y lo cortamos porque queríamos que no hubiera ni una llamita. Ahí al final se ve humo, pero no se ven llamas, porque nos parecía que había que ser radicales en eso -añadía la realizadora-, ya que para pensar, hay que privarse de algo que rápidamente nos ponga en un camino conocido. La única forma es que poniéndonos unos obstáculos, se nos permita usar un poco más la cabeza» -concluía-.
Las coproducciones y el inglés
Para Lucrecia Martel es muy complicado hoy en día proponer películas que requieran de un gran presupuesto y que no estén rodadas en lengua inglesa. Profundizando sobre ello, la cineasta argentina explicaba que le encanta el inglés, que le parece un idioma maravilloso, «pero no sé tampoco -decía- si los idiomas estarán dentro de los derechos humanos, y les pido a ustedes que presten un poco de atención a qué difícil es cada vez más, rodar producciones ambiciosas que no sean en inglés».
«Y no lo digo con resentimiento -continuaba-, porque todos somos admiradores de tantísimos directores y artistas norteamericanos, pero es notable que el mercado, de una manera brutal, está reduciendo la posibilidad de que exista otro cine. No sé lo que podemos hacer al respecto. Nosotros lo que hicimos fue un gran esfuerzo. El primer mail que yo mandé a Daniel Giménez Cacho para hacer esta película es de noviembre del 2012».
«Y cuando estuvimos en Berlín -seguía Martel-, tratando de conseguir productores para este proyecto, muchas veces nos sugirieron que si la película era en inglés, iba a ser mucho más fácil financiarla. Les aseguro que nos hubiera llevado menos de cinco años. Les comento esto porque me parece que son cosas interesantes para reflexionar, en estos espacios únicos donde el cine se junta para festejar su existencia».
©José Luis García/Cinestel.com
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