«Obra» de Gregorio Graziosi; un pasado sinuoso y fases de la vida

Cuando se habla del cine experimental en un entorno que es propenso a colocar clichés, muchas veces no se tiene en cuenta que cada autor es un mundo y que lo que vemos en unos casos no sirve ni se iguala a los otros. El brasileño Gregorio Graziosi presentó en el Festival de Toronto esta magnífica película en blanco y negro que tantea diversas fórmulas narrativas que contienen piezas que pueden decantar al espectador hacia lados diferentes. «Obra» es una historia que se sustenta en el entorno más inmediato de João Carlos Ribeiro, un arquitecto que está empezando a sentir el considerable peso de su apellido mientras se embarca en un proyecto arquitectónico importante.
A la espera del nacimiento de su primer hijo, como profesional está pasando por una época de intenso cambio, que se ve agravada por el descubrimiento inesperado y comprometido de algunos esqueletos en una finca en la que se está trabajando y que perteneció a sus ancestros. Lo cierto es que en esa parcela parece que se instaló un cementerio clandestino, teniendo João que lidiar con preguntas de difícil respuesta acerca de los medios usados por sus familiares para acumular riquezas.
El protagonista tiene que viajar a lo largo de la ciudad para tratar de recoger pistas acerca de su historia familiar. Poco a poco su malestar moral comienza a manifestarse físicamente, afectando a la espalda, la columna vertebral, los huesos y, finalmente, su capacidad para caminar, pero como el alumbramiento de su hijo es inminente, el descubrimiento de la verdad sobre su familia adquiere una grave urgencia.
La película es también un agudo retrato sobre la longevidad en vertientes aparentemente tan dispares como la arquitectura y la familia, pues si las personas nos vamos deteriorando con el tiempo en nuestra constitución, lo mismo les ocurre a los edificios y al resto de construcciones. «Obra» goza de una calidad espectacular en su fotografía cuya ausencia de color provoca que nos podamos concentrar con mucha más profundidad en los detalles de lo que nos muestra. En el filme predominan los planos a cámara fija, sin que en ningún momento los actores salgan fuera de campo, así como un eficaz empleo de ópticas que nos plasman los objetos y las personas con gran nitidez y, lo que es más importante, sin distorsionar la imagen.
Gregorio Graziosi nos presenta una película que no pretende juzgar a sus personajes, que solamente insinúa al espectador por dónde pueden ir sus coordenadas de acción, y que es austera en los diálogos pero que los pocos que se escuchan son de una inteligencia sublime porque están ligeramente cargados de un significado que simboliza muchas otras cosas en la vida.
En este cine libre en el que las ideas propias del público que lo va a observar son lo más importante, podemos ver algunos elementos sobre los que se pueden establecer paralelismos, como es el caso de una iglesia que está siendo rehabilitada y cuyas pinturas en la cúpula están siendo restauradas, donde la estructura desgastada de la construcción sería como nuestro cuerpo físico frente al paso del tiempo, y las pinturas el colorido que le damos a nuestra existencia que muchas veces necesita nuevos bríos para continuar porque también se desgasta.
©José Luis García/Cinestel.com