Sobre «Desmadre. Fragmentos de una relación», habla Sabrina Farji
Estreno cine Gaumont y en Cinear Play
Sabrina Farji es una veterana guionista, directora y productora argentina, mujer polifacética ahora también preocupada desde DAC por que llegue a buen resultado el Rescate del Patrimonio Audiovisual Argentino, pues es necesario conservar todo ese legado histórico.
Con «Desmadre. Fragmentos de una relación», la realizadora estrena en salas su primer largo documental, pero no es su primera incursión en el género, puesto que en 2012 grabó una miniserie para la televisión llamada «Grandes chicas grandes» en la que entrevistaba a talentosas mujeres de entre 40 y 50 años de edad.
En un principio, para esta nueva película había pensado incluir a dos actrices que representarían los papeles de ella y de su madre, pero pronto se dio cuenta de que eso no iba a funcionar en consonancia con algunas entrevistas reales de testimonios.
Y en ese punto, a ella le pareció más honesto implicarse personalmente en este proyecto y acabar saliendo en pantalla junto a sus hijas y su madre, a partir del particular interés que inicialmente tenía de expresar todos esos acordes y desacuerdos con su progenitora y el posible reflejo de ello en sus propias hijas.
Sabrina Farji responde las preguntas de Cinestel:
– ¿Es una decisión difícil tener que salir en tu propia película para cualquier director de cine?
A mí lo que primero me pasa es que no siento que esa sea yo, a pesar de que sí que soy yo, sino que son fragmentos de vínculos que yo tengo con mi mamá y mis hijas. En realidad no deja de ser una selección de fragmentos funcionales a un relato con un punto de vista. Esos mismos originales de cámara, ordenados de otra manera y suprimiendo otros, obviamente que quedaría otra cosa, pero al sentir que no soy yo, de alguna manera me ampara, porque la realidad no es esa, sino que soy yo todos los días sin elipsis.
Entonces, como comprendo ese juego, no me molestó hacerlo. Lo que sí me resultó conflictivo fue transcurrirlo con mi mamá y con mis hijas, porque no era agradable mientras lo estábamos haciendo y porque en todo momento sentía que peligraba tanto el rodaje como el vínculo, con lo cual hubo mucho estrés.
– ¿Y el hecho de que una hija no busque parecerse a su mamá es porque ella se está buscando a sí misma o, como diría un psicoanalista, es por un posible complejo de Edipo?
Yo creo que los vínculos madre-hija son muy diferentes a lo que sería madre-hijo, porque acá hablamos de dos mujeres que se espejan, se están mirando y rechequeando todo el tiempo. Ahí es inevitable que surja la competencia y la fricción, y el estarse mirando todo el tiempo provoca decir que vos no te quieres parecer a tu mamá, pero no porque no te guste tu mamá, sino porque quieres ser una mujer diferente a ella y pertenecer a otra época y con otra mente.
Es lo mismo que les pasa a mis hijas, que con lo fantástica que me creo yo (risas), es inevitable que ellas quieran parecerse lo menos posible a mí. Lo que pasa es que en ese intentar no parecerse, uno termina pareciéndose. Tratas de hacer tanta fuerza para que algo no suceda, que al final termina sucediendo ya que lo tienes totalmente en mente todo el tiempo. Creo que es tan interesante ese vínculo porque es todo un juego de espejos, y siempre ocurre que es difícil romper un espejo.
– Uno de los handicaps más comunes de los documentalistas se produce a la hora de pedir permiso a los personajes, es decir, saber si ellos van a querer salir o no. ¿Tus hijas y tu mamá aceptaron participar en él desde un principio?
No tuve problemas en cuanto a su autorización inicial, pero sí después los tuve para que quisieran quedarse, en el sentido de que no se arrepintieran, porque ese juego era todo el tiempo y esa era una posibilidad también. Y si yo notaba que todo era ya insoportable, entre elegir una película y mi familia, obviamente voy a elegir a mi familia e inevitablemente iba a tener que utilizar a actrices, porque la película también la tenía que terminar, pero el límite siempre estaba dado por el amor, y no soy tan valiente como para haberlo hecho de otra manera.
– «Desmadre» refleja muy bien cuáles pueden ser los grados de amor y odio que se tienen en el ámbito familiar. ¿Cierto?
Sí, y además hay amores sobre los que uno se puede levantar e irse; uno puede retirarse y terminar un vínculo, pero hay vínculos que aunque los quieras terminar, no los puedes terminar. Aunque no te veas, el vínculo continúa. En tal caso tendrás un vínculo ausente con una madre y con una hija, pero ese agujero queda y termina siendo también un vínculo. De hecho, mi abuela falleció y no está entre nosotros, pero sin embargo apareció en la película y es perceptible el vínculo que yo tengo con ella.
Y en todo caso, si uno toma la decisión de decir que no volverás a ver a alguien de tu familia por un tiempo, ese vínculo sigue estando, y eso es lo que sucede con algo tan primario como son las relaciones entre madres e hijas. En realidad, eso te lo llevas a todas partes, y aunque no estés viendo a tu hijo o a tu madre, la estás llevando con vos. Por eso digo que es un vínculo que no desaparece ni aún en la ausencia.
– ¿Qué te queda de las películas que has hecho? ¿Son ellas también como una suerte de hijas?
Yo creo que de alguna manera estoy todo el tiempo hablando de lo mismo más o menos en mis películas. Me interesa mucho el universo femenino y hablar de cualquier situación que represente un oxímoron es sí mismo. De hecho hice dos miniseries que se refieren a profesionales de la medicina y en ellas me interesaban temas como el de los médicos que trabajan y no pueden salvar sus propias vidas, igual que esta contradicción permanente de madres e hijas que no pueden soportarse. Creo que eso es lo que más une las historias que quiero que estén plantadas en un contexto real y social. Son muy fácilmente reconocibles las películas. Tratan sobre momentos socioculturales de lo que estoy viviendo.
Tal vez ahora pronto haga una película histórica, pero seguramente el abordaje va a tener que ver con cosas que estamos viviendo hoy, más allá de que hayan pasado tiempo atrás.
– Todavía retengo en la memoria la formidable actuación de Boy Olmi en tu película de 2003 junto a Paula de Luque, y me estaba preguntando acerca de qué es lo que me queda de los filmes con el tiempo. ¿A vos te dejan también esos remanentes tus películas?
Justamente ahora que me estoy mudando, tengo las latas de fílmico en casa. Las estoy por tirar (ríe). No sé qué hacer con las latas porque es como algo que ya no existe más, y qué interesante es pensar qué hacer con las latas de fílmico, que son muy grandes y ocupan mucho lugar. Creo que las voy a donar al Museo del Cine.
Aparte de lo físico, pues también tengo la casa llena de DVDs, están los vínculos, y a Boy Olmi lo invité al estreno, hablamos largo y tendido, y sigue siendo parte de esas familias de rodaje que uno arma y que de repente no te ves por mucho tiempo y parece que te hubieras dejado de ver ayer. Entonces, lo que yo más me llevo son los vínculos de las historias en las que trabajo.
– Y esa parte minoritaria en «Desmadre» de entrevistas con fondo negro, es un estilo que por ejemplo utilizó Eduardo Coutinho en «Juegos de escena» y vos también en «Cuando ella saltó». ¿Cómo te surgió volver a hacerlo así? ¿Fue un homenaje a tu otra película?
Esos orígenes están todavía más atrás porque mis inicios en realidad no son cinematográficos puros sino que vengo del videoarte y la video-instalación. Entonces, yo hice un trabajo que se llama «Algunas mujeres» que en lugar de tener un fondo negro para las entrevistas, esas mujeres vestían del mismo color que el fondo y tenían esa cosa como de cabezas parlantes, así que en realidad fue un homenaje a mí misma en esos tiempos de videoarte.
©José Luis García/Cinestel.com